Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él.
1 Juan 4:16
Releyendo hoy este versículo de la primera epístola de Juan en su contexto, pensaba que el evangelista seguramente no se percató de cuánto dio en la diana. Logra Juan virtualmente lo imposible abarcando a Dios en tres palabras: Dios es amor.
Tras leerlas quedamos siempre boquiabiertos, impactados por la revelación que ha cruzado nuestro pecho, sin creernos que una sentencia de tal sencillez (¡tres palabras!) pueda revelar secretos tan profundos, secretos cuya búsqueda nos llevó en tristes odiseas por lejanos mares de los cuales volvimos siempre con las manos vacías y el alma plagada de confusión. Al regreso de nuestro cansado viaje, de nuevo en el hogar, encontramos junto al fuego, del cual nos alejamos para emprender la búsqueda, a la Verdad revelándose en la simple perfección de una sentencia de tres voces: Dios es amor. Cuando nos acercamos a ellas para verlas mejor, intentando comprender cómo puede un espacio tan pequeño abarcar tanto, comienza el siguiente viaje.
Pero esta vez no iremos fuera del hogar hacia un exterior que asegura tener las respuestas, esta vez viajaremos verdaderamente lejos, hasta lo profundo del ser que somos, pues la elevada simplicidad de esta Verdad: Dios es amor, revela un universo de Verdades que se ocultan en ella esperando también ser descubiertas. Una de ellas, la que se encierra en las palabras con que Juan continúa su epístola: el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él, será tema hoy, amigo lector, de nuestra conversa, a la cual he traído a amigos que en ella han ahondado.
Logra Juan virtualmente lo imposible abarcando a Dios en tres palabras: Dios es amor.
Debo empezar dándole la palabra a Ernesto Cardenal, cuya experiencia monástica parece haber sido la clave del descubrimiento, del cual nos cuenta en su libro Vida en el amor.
Dios es Amor. Y el hombre también es amor, porque está hecho a Su imagen y semejanza.
Dios es Amor. Y como es un ser infinitamente simple, si es amor no puede ser más que amor. (…) Y el hombre hecho a imagen de Dios es sólo amor. El hombre despierta a su vida racional y se da cuenta de que todo su ser es un solo deseo, que es todo pasión y sed y un grito de amor.
La sustancia no falsificada de nuestro ser es amor. Somos ontológicamente amor. Y Dios es también como nosotros un grito de amor, una infinita pasión y una infinita sed de amor. La razón de nuestro existir es ese amor.
Y este amor de Dios y el nuestro, que son el mismo amor, es un amor que no podremos jamás apagar (…).
Somos un invento del Amor, y hemos sido creados para amar.
Al regreso de nuestro cansado viaje, de nuevo en el hogar, encontramos junto al fuego, del cual nos alejamos para emprender la búsqueda, a la Verdad revelándose en la simple perfección de una sentencia de tres voces: Dios es amor.
Recuerdo cuánto me sorprendió esta convicción de Cardenal cuando la leí por primera vez, que asegura que para el sujeto amar es inevitable, que intentar huir de ello equivale a intentar huir de nosotros mismos. Amamos porque somos, en nosotros, amar y ser están siempre tomados de la mano, como vivir y respirar, no hay uno sin el otro. Recuerdo que tras leer a Cardenal lo cínico en mí dudaba: son palabras de poeta enamorado, pensaba; si el sujeto es todo amor, como asegura Cardenal, ¿cómo explicar las guerras, el odio, el horror que va dejando tras su paso? Pero el poeta, que no intenta tapar el sol con un dedo, no tardó en darme la respuesta.
En los ojos de todo ser humano hay un anhelo insaciable. En las pupilas de los hombres de todas las razas; en las miradas de los niños y de los ancianos y de las madres y de la mujer enamorada, del policía y el empleado y el aventurero y el asesino y el revolucionario y el dictador y el santo: existe en todos la misma chispa de deseo insaciable, el mismo secreto fuego, el mismo abismo sin fondo, la misma ambición infinita de felicidad y de gozo y de posesión sin fin. En todos los ojos humanos existe un pozo profundo, que es el pozo de la samaritana. (…)
Esta sed que hay en todos los seres es el amor a Dios. Por este amor se cometen todos los crímenes, se pelean todas las guerras y se aman y se odian todos los hombres. Por este amor se escalan las montañas y se desciende a los abismos del océano; se domina y se conspira, se edifica, se escribe, se canta, se llora y se ama. Todo acto humano, aun el pecado, es una búsqueda de Dios: sólo que se le busca donde no está. (…) Porque lo que se busca en orgías, en fiestas, en viajes, en los cines, en los bares, no es más que Dios: que no se encuentra sino dentro de uno mismo. (…)
Dios es la patria de todos los hombres. Es la única nostalgia.
Pero esta vez no iremos fuera del hogar hacia un exterior que asegura tener las respuestas, esta vez viajaremos verdaderamente lejos, hasta lo profundo del ser que somos.
Si somos capaces de aceptar que hemos sido creados para amar, como refiere el poeta. Si estamos dispuestos a creer que somos verdaderamente amor, el siguiente paso será dar respuesta a esta nueva pregunta: ¿cómo podemos entonces vivir en ese amor, como nos sugiere Juan en su epístola, para poder así vivir en Dios y Él en nosotros? En otras palabras, ¿cómo evitar que la búsqueda, la nostalgia de separación, nos haga enjutos, nos deforme?
Para conseguir respuestas a estas nuevas incógnitas permaneceremos en la poesía. Aunque habremos de, tras darle las gracias por sus revelaciones, dejar a Cardenal para escuchar otras voces que puedan contestarnos, seguirá siendo la poesía quien traiga las respuestas. Dos poetas vendrán a bañarnos con su luz: Eugѐne Guillevic y Armando Rojas Guardia.
En su libro Vivir en poesía, Guillevic nos explica lo que para él significa el concepto que da título a su obra. Narra que, entre la pobreza y las tristezas de su infancia, casi como un recurso para sobrevivir a ellas, recurrió, en principio de manera inconsciente, al salvavidas que él llama vivir en poesía: amando las cosas, amando al mundo, sosteniendo el instante, cultivando el gozo dentro de mí mismo. Leyéndole intuyo que me habla de ese vivir en el amor al que nos convoca el versículo de Juan.
la elevada simplicidad de esta Verdad: Dios es amor, revela un universo de Verdades que se ocultan en ella esperando también ser descubiertas.
Mas adelante, ya en la adultez y de manera consciente, Guillevic expande su concepto. Vivir en poesía, nos dice, es vivir lo sagrado en el más sutil de los gestos, como cuento en un poema de mi libro «Esfera»
Cuando cada día
es sagrado
cuando cada hora
es sagrada
cuando cada instante
es sagrado
tierra y tú
espacio y tú
llevando la consagración
a través del tiempo
alcanzarás
los campos de luz.
Y si aún nos queda duda de si ambos poetas, Cardenal y Guillevic, hablan de lo mismo, el segundo lo confirma con esta sentencia: Vivir en poesía es vivir enamorado.
Amamos porque somos, en nosotros, amar y ser están siempre tomados de la mano, como vivir y respirar, no hay uno sin el otro.
Hay un poeta más al que debo dar la palabra, y como si viniera a llevar a cabo la premisa con que se despide de nosotros Guillevic: Creo que el poeta debe ayudar a los demás a vivir lo sagrado en la vida cotidiana, Armando Rojas Guardia encara este reto y nos obsequia el secreto de cómo hacer realidad las palabras del evangelista: el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él.
Para ello, Armando nos presenta su versión de la invitación de Juan. Él no la llama Vida en el amor, como la denomina Cardenal, ni Vivir en poesía, como la nombra Guillevic; Rojas Guardia la bautiza Vivir poéticamente. Desafortunadamente los límites de este artículo me obligan a resumir su explicación, pero consciente de cuánto más tiene el poeta que aportar al respecto, los invito a indagar en su enseñanza. Espero que la muestra que aquí les dejo sirva para tentarlos.
Vivir poéticamente es una obligación inherente a la condición humana que guarda una relación estrecha con la experiencia mística, se trata de no ser un des-almado, es decir, de respetar inconmesurablemente la carnalidad subjetiva que nos constituye, el abismo interior del que somos portadores. Se trata de percatarnos de que tenemos alma; al decir alma hablamos de lo único que nos otorga una dignidad ontológica y existencial verdaderamente inconmensurable. Estas son algunas de las carácterísticas de lo que yo llamo vivir poéticamente:
La atención. Se vive poéticamente si uno se convierte a sí mismo en un sólido y global bloque sensorial de atención ante todo lo que constituye la expresividad del mundo y ante la sinfonía de detalles cotidianos en los que esa expresividad se concreta. Se trata de ser un hombre o una mujer radicalmente atento al mundo que lo rodea. Esta atención se hace imprescindible en el contexto del mundo contemporáneo, porque en la modernidad todo conspira contra ello, todo gira en torno a la mercancía y a la auto conciencia individual. Sólo una atenta disciplina de atención puede devolverle al sujeto ese contacto primordial directo, espontáneo, elemental, sencillo con la realidad.
La espera. Simone Weil afirmaba que los bienes espirituales no deben ser nunca buscados sino sólo esperados, porque cuando uno busca afanosamente un bien espiritual, seguramente lo que consigue inconfesadamente es una proyección yoica, una especie de intelequia egótica y no el bien espiritual que se buscaba. Vivir poéticamente es vivir a la espera del momento inspirador, del rapto cognocitivo a través del cual se rasgan los velos del entendimiento y accedemos a un nivel superior de conciencia. Pero es una espera no pasiva sino activa, hay que aguardar activamente el momento de la iluminación, aguardarlo para merecerlo.
Vivir la vida cotidianidad como una experiencia mistagógica. Como un adentrarse paulatinamente en el misterio y no como mero tiempo intercambiable y mecánico. En el mundo contemporáneo vivimos la vida cotidiana como un conjunto de horas hombre, es decir, tiempo laboral para ganarse el pan o tiempo estéril de ocio. En ambos vivimos de una manera intercambiable y mecánica, cuando debemos vivir la vida cotidiana en el umbral quemante de la iluminación.
Cultivar la dimensión simbólica de la conciencia. Aprender a adiestrarse más y más en una verdadera hermenéutica simbólica de la realidad para la cual los objetos, las situaciones y los hechos son sacramento que incensantemente remite a un porte trascendente. Se trata de vivir objetos, hechos y situaciones como sacramentos de un orden armónico que está detrás de ellos.
Vivirse a sí mismo como un poema. Tenemos que convencernos de que debemos dominar con destreza el arte de vivir, vivir la propia vida como una obra de arte, vivir como el poema existencial y cotidiano que Dios nos posibilita hacer de nosotros mismos. En la carta a los Efesios se afirma que cada ser humano es un poema de Dios. Vivir poéticamente es saberse tal y obrar en consecuencia.
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