SOBRE EL ESPÍRITU
- buscandoadiosps
- 22 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 mar

Según la mayoría de las religiones tradicionales somo seres tripartitos: cuerpo, mente y espíritu nos conforman. Aunque la definición que cada religión le da a estos elementos varíe en cierta medida, incluso la palabra usada para denominarlos pueda ser distinta, hablando en términos generales se podría decir que el cuerpo es el elemento físico, la mente el espacio donde residen la conciencia, las memorias, las ideas, los deseos, y el espíritu es esa “porción” de Divinidad que también nos da forma.
De los tres el espíritu es siempre el que nos resulta más escurridizo, pues vive en lo secreto, donde Dios habita, y parece más tímido de lo que nos gustaría. El cuerpo y la mente, por el contrario, son presencia permanente, por ello nuestra identidad tiende a anclarse allí, distanciarse de ellos es tarea difícil.
Releyendo a María Zambrano (Claros del bosque) encuentro un pasaje donde la filósofa nos ayuda a entender ese elemento nuestro, escurridizo y misterioso, que tanto se nos escapa: el espíritu, a quien ella llama alma.
El espíritu sólo posee oídos para el Amado y es ese el único llamado al que responde
El alma se mueve por sí misma, va a solas, y va y vuelve sin ser notada, y también siéndolo. Zambrano, haciendo clara referencia a las palabras de Jesús capturadas en el evangelio (El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu) nos describe esos movimientos impredecibles del espíritu, esa terca independencia que le hace llevar una existencia al margen de la realidad que ocupa nuestro día a día.
Nos dice también la filósofa que, al contrario de la mente, que parece estar siempre en el mismo lugar, disponible, estática, (…) dispuesta a responder cuando se la estimula; el espíritu, de responder es a la llamada, a la invocación y aun al conjuro, como tantas oraciones atestiguan de las diversas religiones tradicionales. Zambrano nos confirma que la respuesta del espíritu no depende del esfuerzo humano. La terquedad o el empeño, a los que de normal acudimos para conseguir nuestros objetivos, no tienen cabida aquí, pues el espíritu sólo posee oídos para el Amado y es ese el único llamado al que responde.
Continúa la filósofa diciendo del espíritu: De condición alada y dada a partir, se conduce como una paloma. Vuelve siempre hasta que un día se va llevándose al ser donde estuvo alojada. (…) Obstinada la paloma, ¿cómo se la podría convencer de nada? Parece saber algo que no comunica, que siendo tan afín con las palabras nunca dice. No puede decirse ella a sí misma.
El espíritu es la única porción de lo que somos que es incorruptible
Releyendo deleitada las palabras de Zambrano, que nos dan medida del misterio que nos conforma, pensaba en otra característica del espíritu aún no mencionada: el espíritu es la única porción de lo que somos que es incorruptible. A diferencia del cuerpo y la mente que son moldeados por la exposición a lo terreno (el mundo llega y hala aquí, hunde allá y crea seres cambiados, aminorados, caricaturas de lo que fueron), el espíritu no es susceptible a este tratamiento.
El secreto de su incorruptibilidad es la atención de su mirada. Ese trozo nuestro, ese pedazo que también somos, nunca gira su mirada hacia el mundo, sólo y siempre mira hacia lo Divino, poseído por un anhelo eterno tan profundo que no le permite mirar en otra dirección. ¿Y puede ser esta una meta a la que aspire nuestra mente, puede la mente girar hacia Dios su mirada haciéndolo su único objetivo, aun por un instante? Zambrano lo cree posible:
El que despierta con ella, con esta su alma que no es propiedad suya antes de usar vista y oído, se despliega, al orientarse se abre sin salir de sí, deja la guarida del sueño y del no-ser: ser y vida unidamente se orientan hacia allí donde el alma les lleva. Renace.
Para lograrlo, la mente requeriría una entrega poco común en ella.
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