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PALABRA Y SILENCIO

  • buscandoadiosps
  • 17 may 2024
  • 4 Min. de lectura


Somos hijos de lo Desconocido, guardianes del silencio…


Thomas Merton



En un tejido de ganchillo los espacios vacíos son tan importantes como los espacios ocupados por el hilo, sólo en la unión de ambos se hace la forma. Escuchaba recientemente a un filósofo que usaba una imagen similar para referirse a la comunión entre la palabra y el silencio, decía que la palabra hace un bordado, pues las narrativas que hacemos con las palabras son un bordado que sostienen el silencio.


Según esta imagen, el hilo es la palabra, el silencio son los espacios vacíos y yo añadiría que nosotros somos la aguja que teje este ganchillo. Cada uno teje su labor, la de algunos es tupida, apretada, llena de palabras que se apilan unas sobre otras y escasa de silencios; la de otros es mucho más holgada, los vacíos viven en armonía con la palabra y entre ambos forman hermosos patrones, como aquel que hizo Dios cuando con su Palabra tejió el silencio y nos dio el ser.


María Zambrano, en su Claros del bosque, nos habla desde el misterio de esta tensión entre la palabra y el silencio. Se apoya la filósofa en una imagen distinta, para ella las palabras no son hilos de un bordado sino árboles de un bosque, cuyos claros son el vacío que el silencio habita:


El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así.


si la labor que hemos tejido es tupida y ausente de silencios, entonces la confusión está servida y el tormento se sienta con nosotros a la mesa

Pero si en nuestro bosque falta un claro donde el encuentro místico es posible, si la labor que hemos tejido es tupida y ausente de silencios, entonces la confusión está servida y el tormento se sienta con nosotros a la mesa. Oigamos a Verlaine, que en su poema En los bosques nos lo cuenta.


Muchos —ingenuos o acaso flemáticos—,

solo hallan en el bosque lánguidos encantos,

soplos frescos y perfumes tibios. ¡Son dichosos!

Otros —soñadores— se sienten atrapados por místicos temblores


¡son también dichosos! Pero yo, inquieto, turbado

por un espantoso y vago remordimiento,

por el bosque tiemblo como un cobarde

que teme una emboscada o que ve un muerto.


Esos grandes ramajes nunca apaciguados, como la onda,

de los que cae un silencio negro como una sombra

aún más negra, todo ese decorado lúgubre y siniestro

me llena de horror vil y profundo.


en el silencio no hay silencio, una voz inaudible nos recibe y nos da el ser, aclarando, con presencia silente, lo que un mar de palabras no ha podido

El silencio es negro como una sombra para Verlaine, pues habitarlo implica dar cabida a una voz que atemoriza si no se le conoce. Si, en el silencio no hay silencio, una voz inaudible nos recibe y nos da el ser, aclarando, con presencia silente, lo que un mar de palabras no ha podido, pero el temor nos empuja a llenar el silencio con palabras, es un temor a lo desconocido, a lo no-experimentado, nos convencemos de que un dragón dispuesto a devorarnos vive allí, por ello nos aproximamos al silencio portando palabras, son ellas nuestro escudo, son ellas nuestra lanza. De esta triste aproximación dice Zambrano:


Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca. (…) Y para no ser devorado por la nada o por el vacío haya que hacerlos en uno mismo, haya a lo menos que detenerse, quedar en suspenso, en lo negativo del éxtasis. Suspender la pregunta que creemos constitutiva de lo humano. La maléfica pregunta al guía, a la presencia que se desvanece si se la acosa, a la propia alma asfixiada por el preguntar de la conciencia insurgente, a la propia mente a la que no se le deja tregua para concebir silenciosamente, oscuramente también, sin que la interruptora pregunta la suma en la mudez de la esclava.


En nuestro tejido de ganchillo, el silencio es la labor del Espíritu, es Él quien teje el vacío. Dice Cardenal que la palabra de Dios es una palabra que sólo se nos revela en el silencio. La Divinidad es el dragón a quien tanto tememos. Añade el poeta que los hombres modernos no pueden estar nunca ni callados ni solos (…) Y si alguna vez quedan solos y están a punto de enfrentarse con Dios, prenden la radio o la televisión.


Aprendamos entonces a tejer una labor colmada de silencios que embellezcan la palabra y no una tupida tela que lo cubra para no tener que habitarlo.

 
 
 

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