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NOTAS SOBRE LA CULPA - PARTE III

  • buscandoadiosps
  • 14 mar 2024
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 17 may 2024


Caín luego de matar a su hermano Abel. Henri Vidal

En el amor no hay miedo, sino que el perfecto amor echa fuera el miedo.

El que teme espera el castigo,

pues no ha sido perfeccionado en el amor.


1 Juan 4:18



Mi pequeño tríptico de notas sobre la culpa (ver Parte I y Parte II) llega a su fin con este artículo, pero no he sido amable conmigo misma, pues de los tres es el que me llevará por el camino más escabroso. Para cerrar vengo a hablarles de lo que nuestro miedo ha denominado castigo divino.


Es común ver en las malas consecuencias un castigo de Dios por nuestros malos actos, ¿pero lo son realmente, o son más bien producto de las leyes que guían el andar del universo? Permítanme darles primero un ejemplo que resulte obvio: si al lanzarme por una ventana, me precipito al suelo y muero, ¿ha sido mi caída y muerte el resultado de la ira de Dios por mis acciones, o más bien consecuencia de una de esas leyes que rigen la Creación?, la gravedad, en este caso.


La Creación toda está siempre volviendo a Su Creador.

Leyes divinas que aseguran el delicado balance tan característico de la obra de Dios. La ley del karma de los orientales es otra de ellas, que es la misma ley de acción y reacción que enunciara Newton y que encontramos también en la biblia enunciada por Oseas: Porque sembraron viento, torbellino segarán.


Mencionaré aún una tercera, aquella que hemos llamado la primera ley de la termodinámica, cuyo enunciado afirma que la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Por ella deducimos que el universo entero experimenta una eterna transformación; asimismo, la energía que somos, al morir, continuará también su evolución hacia un Yo mejor. La Creación toda está siempre volviendo a Su Creador.


Visto así, el castigo divino del que tanto nos han hablado pierde sentido. No soy yo la única que tiene argumentos para refutarlo, Miguel de Unamuno habló con gran sabiduría de este tema en su Vida de Don Quijote y Sancho, donde afirma que Dios, que hizo al hombre libre, no puede condenarle a perpetuo cautiverio.


Dios es para cada sujeto, al fin y al cabo, lo que el sujeto desea que Dios sea. Nuestros miedos, nuestras ansias, crean un Dios que se ajusta a ellos y que luego vamos predicando como verdad absoluta

Debo hacer aquí un paréntesis para acotar algo de suma importancia: Aunque no es con Dios con quien debemos resarcirnos, cada uno de nosotros está en deuda con la Creación entera. Si la humanidad, como unidad, está haciendo su camino hacia Dios (hacia la perfección), cada acto de maldad que cometo la demora una unidad de tiempo. Toda la humanidad habrá de continuar errante un tiempo más gracias a la maldad que no supe (¿no quise?) contener. ¿Y cómo le explico esto a mi hermano?, ¿cómo le explico que es por mí por quien su redención no llega, que soy yo quien demora la llegada de su Amado, a quien espera ansioso junto a la puerta en esta noche interminable?... Pero mejor volvamos al tema que nos ocupa.


Las leyes que rigen la creación se aseguran de que el pago por la culpa sea inmediato, pues cada acto conlleva su consecuencia: siembra amor y cosecharás amor, siembra vientos y cosecharás tempestades. Sin embargo, hay quien asegura que es esta una deuda insalvable, que Dios acusa y no perdona. Y es que Dios es para cada sujeto, al fin y al cabo, lo que el sujeto desea que Dios sea. Nuestros miedos, nuestras ansias, crean un Dios que se ajusta a ellos y que luego vamos predicando como verdad absoluta –igual pasó con aquellos que escribieron la biblia; Dios habla a través de ellos, sí, pero también hablan sus miedos y rencores, por ello a veces parecen contradecirse–.


Encontrarle requiere desdoblarse, extinguirse, deshacerse, desaparecer. Cuando nosotros ya no somos, ya no seamos, será Él. Cuando nuestros miedos, ansias y prejuicios se extingan, será finalmente Dios en nosotros, seremos Dios, uno con Él y en Él. Entretanto, somos vasija creando al alfarero y debemos luchar por no caer en la tentación de hacer de Dios una caricatura de nuestros miedos, un personaje que se ajuste a las exigencias de nuestros prejuicios, una idea con la que nos sintamos cómodos: que juzgue o que no juzgue según nos dicte nuestro particular fuero interno. ¡Es ese el velo!, el que nos tergiversa a Dios, el que debe rasgarse para encontrarle. La culpa se entreteje siempre en él, así nos lo advierte Unamuno:


¡Ah, pobres hombres!, siempre veréis en Dios un espantajo o un gendarme, no un Padre, no un Padre que perdona siempre a sus hijos, no más sino por ser hijos suyos, hijos de sus entrañas, y como tales hijos de Dios, buenos siempre por dentro de dentro aunque ellos mismos ni lo sepan ni lo crean.


somos vasija creando al alfarero y debemos luchar por no caer en la tentación de hacer de Dios una caricatura de nuestros miedos

Cuando pensamos que logramos descifrar a Dios, que hemos entendido exactamente cómo funciona su Justicia, estamos tan llenos de arrogancia que nuestra conclusión sólo puede ser errónea. Es un verdadero dilema, algo así como perseguir espejismos, nos alejamos de la Verdad intentando atrapar irrealidades.


Permítanme cerrar el difícil viaje que ha sido escribir este tríptico sobre la culpa con un poema de Elizabeth Schön, que le explica a mi espíritu cómo será ese “día del juicio”, al que yo prefiero llamar el día de la entrega final, cuando comprenderemos que nunca estuvimos lejos.


No existe reencuentro

ni reconciliación.

Sólo se es capaz de un descubrimiento

y no el que implica el teorema

la ley.

Hablo de ese único y veraz

que nos hace sentir como si

nunca se hubiera visto

y jamás hubieran existido el tiempo

el lirio

¡el primer sol!

 
 
 

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