NOTAS SOBRE LA CULPA - PARTE II
- buscandoadiosps
- 16 feb 2024
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la Culpa es el último laberinto; tampoco en él se entra impunemente:
es infinito, y la virtud no logra hacerlo confortable
Armando Rojas Guardia
En la primera parte de este ejercicio de indagación sobre la culpa afirmaba:
La culpabilidad surge en el sujeto, bien como consecuencia de un daño que él ha gravado sobre alguien, o como producto de un daño gravado sobre él. De este segundo caso pretendo hablarles en un futuro artículo…
Ha llegado la hora de acercarnos a esa otra culpabilidad, impuesta sobre el sujeto como producto de la intolerancia. Una culpabilidad siempre cruel, siempre inútil, pues no hay acción que el sujeto pueda corregir para resarcirla. Una culpabilidad que acusa de manos sucias a un ser con manos limpias.
Y pareciera que el daño y la culpa han de surgir siempre juntos, como hermanos gemelos nacidos de un mismo parto. Y si aquel que causa el daño, el intolerante, se niega a recibir la culpa que le concierne, esta, que ha sido creada junto a su hermano: el daño, y debe encontrar un hogar donde alojarse, va y se posa sobre el dañado, quien debe ahora ocuparse de ambas cargas.
Una culpabilidad que acusa de manos sucias a un ser con manos limpias.
Podría nombrar muchos ejemplos de esta culpa, impuesta no sólo de manera individual sino también colectiva. Las mujeres, por ejemplo, llevamos a cuestas una buena dosis de ella. Pero en este artículo usaré el caso de nuestros hermanos homosexuales, acusados y señalados por una condición que les es intrínseca y no consecuencia de un comportamiento que ha de corregirse. ¿Quién mejor que Armando Rojas Guardia para que nos lo explique?
La vida espiritual del homosexual se enfrenta, en el marco de la sociedad regida por la Norma heterosexual y patriarcal, a específicos peligros. Como no existen paradigmas positivos para el eros homoerótico, la existencia homosexual se gesta en la entraña de una trampa mortal: la tácita vinculación que va estableciéndose en el inconsciente entre cuerpo, goce, vida de los sentidos, erotismo, por un lado, y, por otro, satanismo, imagen bufonesca de la atracción hacia personas del mismo sexo, criminalidad latente, malignidad radical.
Es muy difícil salvarse de esta trampa mortal, siempre carente de sentido. De llevar a cuestas la culpa infundada que ella impone, Rojas Guardia nos cuenta lo que se siente:
Hay en mí una tensión existencial no resuelta. A medida que salgo de la culpabilidad, larvada sobre todo inconscientemente, que me causaba mi específico carácter homosexual, salgo también de una especie de luteranismo profundo y casi irrespirable, vuelto clima moral de mi vida, que se traduce en angustia ante las exigencias de la conciencia, derrotada de antemano por la imposibilidad de vencerse a sí misma y de abrirse a la gracia.
Salgo de ahí para acceder a una zona luminosa: la de la percepción de la bondad entitativa del mundo.
Armando, en su clase, recalcaba (...) que Dios nos hizo buenos. Yo, escuchándolo, me percataba de que no lo creemos así, miramos con sospecha no sólo a nuestro hermano sino a nosotros mismos, convencidos de que la humanidad está mal hecha.
Muchos años después de que el poeta escribiera estas líneas, tuve la suerte de participar en uno de sus talleres. Allí, mientras nos enseñaba sobre mística y poesía, el poeta dejó colar un comentario que atrapó mi imaginación y que asocio con ese esfuerzo suyo por abrirse a la gracia, por percibir la bondad entitativa del mundo.
Nos dice el Génesis con insistencia que TODA La Creación es buena, persiste en ello a lo largo de la historia que nos cuenta cómo el Amor nos hizo.
Y dijo Dios: Sea la luz: y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena (…)
Y llamó Dios a la seca Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares: y vio Dios que era bueno. (…)
Y produjo la tierra hierba verde, hierba que da simiente según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya simiente está en él, según su género: y vio Dios que era bueno. (…)
Y púsolas Dios en la expansión de los cielos, para alumbrar sobre la tierra, y para señorear en el día y en la noche, y para apartar la luz y las tinieblas: y vio Dios que era bueno. (…)
Y creó Dios las grandes ballenas, y toda cosa viva que anda arrastrando, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie: y vio Dios que era bueno. (…)
E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que anda arrastrando sobre la tierra según su especie: y vio Dios que era bueno. (…)
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (…) Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.
Génesis, capítulo 1.
Armando, en su clase, recalcaba que ese pasaje del Génesis también habla de nosotros, los hombres; que Dios nos hizo buenos. Yo, escuchándolo, me percataba de que no lo creemos así, miramos con sospecha no sólo a nuestro hermano sino a nosotros mismos, convencidos de que la humanidad está mal hecha.
Recuerdo que el ahínco con que Armando hablaba de la bondad que nos define, me hizo pensar que, seguramente, él mismo no lo creyó por mucho tiempo, debido al peso que como sociedad ponemos sobre nuestros hermanos homosexuales, haciéndoles creer que hay algo malo en ellos, que ellos no fueron hechos buenos. Me consuela saber que, aunque no sin sufrir el tormento de la culpa, Armando supo abrirse a la gracia y encontrar en ella la bondad con la que fue creado, ¿o no es esta la prueba?
Cuando tú vienes
abro ensancho acojo,
me dilato,
no sé decir sino que abro
inútiles clausuras.
Tú en el canto,
tú el silbo el suave el que no pesas
vuelves hilos levísimos
mis nudos,
me desatas.
Cuando tú vienes,
nada dices
y me dices.
Nada pides.
Qué vas a ser tú el Implacable,
el Exterminador, el Enemigo.
Nada pides,
eres.
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