NOTAS SOBRE LA CULPA - PARTE I
- buscandoadiosps
- 21 ene 2024
- 3 Min. de lectura

¿Acaso creen que me complace la muerte del malvado?
¿No quiero más bien que abandone su mala conducta y que viva?
Yo, el Señor, lo afirmo.
Ezequiel 18:23
En un artículo publicado hace casi dos años hablaba acerca de la omniculpabilidad, temática inspirada por Dostoievski y su máxima: todos somos culpables de todo ante todos, que clama entre las páginas de Los hermanos Karamázov. Desde entonces el tema de la culpa no me ha abandonado, ha seguido con constancia charlando en mi alma, debatiéndose en mi interior, retándome con preguntas y tentativas de respuestas. Hoy quiero hacerte, amigo lector, partícipe de este diálogo.
En el artículo referido decía:
…saberse culpable no sirve de nada, la culpa es en sí un objeto bastante inútil si no conlleva al arrepentimiento y con él a la redención. Pero (…) requiere que el hombre ansíe corregir su error, (…) ─que de esto se trata el arrepentimiento, de querer cambiar, no de darse golpes en el pecho─.
…y es aquí donde quiero acampar.
La culpabilidad surge en el sujeto, bien como consecuencia de un daño que él ha gravado sobre alguien, o como producto de un daño gravado sobre él. De este segundo caso pretendo hablarles en un futuro artículo, en este me enfocaré en la culpa que se nos adviene cuando dañamos.
Como el dolor físico, que es la manera que tiene nuestro cuerpo de advertirnos que algo no va bien, que algo hay que cambiar –una mala postura, un mal hábito–, la culpabilidad es la forma que tiene nuestra alma de darnos la advertencia.
Conversando con mi padre sobre el tema, se hacía evidente su postura. Para él, cuando se actúa sin intención de dañar, aunque se haga daño, no hay culpa. Se considera a sí mismo inocente respecto al daño hecho pues no tuvo intención de hacerlo. Mi problema con esta posición es que, al no aceptar la culpa, nos negamos a la posibilidad de cambiar, evitando así futuros daños. Vivimos entonces eternamente el mismo ciclo de daños y excusas.
La posición de mi padre es bastante común, pues la culpabilidad nunca está ausente de dolor, por ello le tememos y le rehuimos, sin embargo, es un mecanismo que nos permite percatarnos del daño que infligimos. Como el dolor físico, que es la manera que tiene nuestro cuerpo de advertirnos que algo no va bien, que algo hay que cambiar –una mala postura, un mal hábito–, la culpabilidad es la forma que tiene nuestra alma de darnos la advertencia.
Pero, desafortunadamente, la culpa tiene para el sujeto connotaciones mucho más severas, la asociamos con el castigo, la acusación, la persecución, la condenación, y esto nos lleva a rehuirle a toda costa, bien negándola o pasándola (señalando al otro como el culpable). ¿Qué pasaría si lográsemos detenernos a escucharla, atendiendo a lo que quiere advertirnos, si le dedicáramos la atención que se merece, en vez de huir de ella? De ser así, la culpa podría llevarnos por uno de dos caminos: el camino útil y el camino inútil, uno de ellos es imprescindible caminarlo, ninguno de los dos está ausente de dolor.
...siempre nos queda otro camino, aquel que permite a la culpa ser madre del cambio, poseedora de la llave que abre la puerta hacia la reflexión.
El camino inútil nos lleva a la condenación, la culpabilidad se convierte en enemiga, en la gran acusadora que atormenta nuestra alma. Y como si este tormento no fuese suficiente, tendemos también a añadir, a esta explosiva mezcla, connotaciones divinas: el sujeto se siente condenado por Dios, su alma ya no tiene escapatoria. Pero la condena es un invento humano, el peor que se le pudo haber ocurrido y uno del cual se niega a deshacerse.
En el paraíso, cuando el mundo estaba aún en pañales, la condenación no existía, no estaba entre lo creado por Dios. Luego de comer del fruto de aquel árbol, Adán y Eva, en su remordimiento, la conciben. Dios, viendo como intentan tapar la vergüenza que les produce la culpa, pregunta desconcertado, ¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? Ni Adán, ni Eva, parecían conocer la misericordia de Dios; este, consciente de cuanto nos arrebata la condenación, envía a su Palabra para que muera portándola en su cuerpo y así la mata en la carne que la crea.
Para el sujeto que camina el camino inútil, la culpa genera una deuda que nunca podrá ser saldada, pero siempre nos queda otro camino, aquel que permite a la culpa ser madre del cambio, poseedora de la llave que abre la puerta hacia la reflexión. Traspasado su portal, la culpabilidad desaparece y con ella el dolor que portaba, pues ya han cumplido su función, el sujeto ha sido renovado.
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