Fragmento del libro Buscando a Dios
…acepten humildemente el mensaje que ha sido sembrado;
pues ese mensaje tiene poder para salvarlos.
Santiago 1:21
Desde niños hemos oído la parábola del sembrador ─a quien yo encontraba descuidado o, en el mejor de los casos, distraído y que ahora entiendo generoso─ que parecía lanzar sus semillas indiscriminadamente, aunque de la calidad del suelo en que cayeran dependiera la fecundidad de la cosecha (Mateo 13:1-9). Esta parábola me entusiasma particularmente porque Jesús se toma la molestia de explicar en detalle Su mensaje (Mateo 13:18-23) y eso me habla de la importancia que para Él tiene el que yo la entienda.
Me gustaría anunciar que soy la buena tierra de la que habla Jesús, que da buena cosecha de hasta 100 granos por semilla, pero de ser así, cada una de las muchas enseñanzas que Él ha tenido la generosidad de regalarme tendría que haber dado abundante fruto y no es este el caso, porque otros suelos existen en mí, sería necio pensar que no es así. Aunque también creo cierto que hoy una mayor parcela la ocupa ese suelo productivo que tanto anhelo, no puedo negarme a la realidad de que hay aún hectáreas ganadas por caminos, piedras y espinos. Por ello he decidido darme a la tarea de hacer un mapa de mis suelos, como buen edafólogo quiero reconocerlos, saber dónde están, exponer a mi conciencia aquellos en los cuales el mensaje de Dios se desperdicia, para poder cambiar.
Estos son, pues, mis cuatro suelos: Ignorancia, Ofensa, Condenación y Convicción (la buena tierra).
Me gustaría anunciar que soy la buena tierra de la que habla Jesús, (...) pero de ser así, cada una de las muchas enseñanzas que Él ha tenido la generosidad de regalarme, tendría que haber dado abundante fruto y no es este el caso, porque otros suelos existen en mí, sería necio pensar que no es así.
El suelo de mi Ignorancia es similar al que Jesús asociaba con el camino, esa tierra en donde nada crece. Es este el suelo más difícil de identificar ─hacer un mapa de él es tarea imposible─ porque soy ciega a su existencia y sólo cuando finalmente muta me percato de mi previa ceguera. Cualquier suelo es mejor que este, aquí la superficialidad de mi alma es tal que vive condenada al auto engaño, en esta dura superficie la semilla de la enseñanza ni siquiera penetra. La única solución para ganarle hectáreas a este suelo terrible es la consciente búsqueda de Dios, cuya luz hará visible su existencia y me dará la oportunidad de trabajar en él.
El suelo de mi Ofensa es bastante más fácil de identificar, porque es particularmente irritable al mensaje de Dios, una reacción casi automática de rechazo ante Su enseñanza lo delata fácilmente, la arrogancia se levanta y escupe la semilla. Son tan feroces estas emociones que resulta fácil detectarlas, entonces me esfuerzo en hacer de mí un espectador, contener el impulso de lo que pretende dictar mi orgullo y en su lugar preguntarme ¿Es Su mensaje lo que escucho? ¿Ha caído Su semilla en mala tierra? Sólo la humildad sirve para luchar contra estos suelos en los que mi arrogancia reina felizmente…
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