top of page

LA PRISIÓN DEL YO

buscandoadiosps

Actualizado: 17 sept 2021

Fragmento del libro Buscando a Dios


Leer El Principito es siempre una hermosa aventura, cada vez que vuelvo a sus páginas lo hago sabiendo que esa nueva lectura será aún más grata que cualquiera de las anteriores, que encontraré entre sus líneas nuevos detalles que nunca había visto, que (como Alicia) me deleitaré con sus diálogos y grabados, por ello preparo siempre mi corazón para reír, llorar y ser feliz.


Ahora que soy madre de dos niños pequeños que se sorprenden al encontrar en mi biblioteca un libro con tan coloridos dibujos, he encontrado la excusa perfecta para leerlo de nuevo, leyéndoselo a ellos. Esta vez, el gentil niño de elegante abrigo tampoco me ha fallado, en esta ocasión su lectura me ha permitido indagar en una idea que hace días ronda en mi cabeza con mayor ahínco: La prisión del yo.


Aunque he tenido la suerte de que esta idea me haya perseguido, de forma cada vez más consciente, ya por algunos años; el haberla encapsulado en una frase tan acertada como la prisión del yo se lo debemos a Simone Weil, quien lo expresa en su ensayo Sobre el Padre Nuestro diciéndonos: No podemos dejar de desear, somos deseo; pero si lo volcamos íntegramente en nuestra petición, podemos transformar ese deseo que nos clava a lo imaginario, al tiempo, al egoísmo, en una palanca que nos permita pasar de lo imaginario a lo real, del tiempo a la eternidad, más allá de la prisión del yo.


Tanto se encierra en estas pocas palabras que vale la pena detenerse y deshilarlas:


No podemos dejar de desear, somos deseo…


Como meros animales irracionales, transitamos nuestras vidas dejándonos llevar por los impulsos de nuestros deseos. Deseos que rigen sobre lo cotidiano y lo excepcional, lo superfluo y lo indispensable, lo corporal y lo intelectual. Desde el instante en que, aún en nuestra cama, tomamos conciencia cada mañana de que somos, el deseo comienza a dictar las primeras órdenes del día y no cesará hasta que el sueño nos venza cada noche.


Los hombres que encuentra El Principito en su viaje hacia la tierra son un ejemplo maravilloso de la intransigencia de este viento que nos lleva de un lado a otro como a las olas del mar. Sus característicos personajes son manipulados por sus deseos hasta convertirlos en caricaturas de sí mismos: El rey desea que le obedezcan, el vanidoso que le admiren, el borracho olvidar, el hombre de negocios desea riqueza, el geógrafo conocimiento y el farolero poder seguir fielmente la consigna.


Desear es una necesidad intrínseca en el hombre, sin la cual ni un solo día de nuestra vida habremos de transitar: deseo luego existo.


…pero si lo volcamos íntegramente en nuestra petición…


Si volvemos al pasaje de donde he extraído estas palabras, observamos que la petición de la que habla Simone es aquella del segundo verso de la oración del Padre Nuestro: Santificado sea tu nombre, y añade la autora que es esta una petición perfecta, porque pedimos lo que es, lo que realmente es, infalible y eternamente, de manera totalmente independiente de nuestra petición. Debo añadir, que la Verdad que clama aquí Simone no se limita a la petición del segundo verso del Padre Nuestro, sino se extiende a toda petición hecha de acuerdo a la voluntad del Padre ‒también infalible y eterna‒; son estas, asimismo, peticiones perfectas, porque al hacerlas miramos hacia Él, no hacia nosotros, Él se transforma en el foco de nuestro deseo y es este el golpe que rompe el alabastro. Dejamos de observar nuestro rostro en el espejo y dirigimos nuestra mirada a Él.


Observamos esta transición en el aviador que comparte con nosotros la historia del Principito. Una vez pasada la inicial sorpresa de encontrarle en medio del desierto, el Principito pasa rápidamente a convertirse en un ser molesto que con su insistente petición: por favor, dibújame un cordero, no le deja concentrarse en su apremiante faena. Era el aviador un hombre solitario, acostumbrado a mirar hacia adentro, quien además se encontraba ‒seamos justos‒ en un trance complicado, con un motor que reparar y agua para tan solo ocho días. Pero el Principito logra hacerse escuchar, sus historias y enseñanzas hacen que el aviador cambie la dirección de su mirada y mude el foco de sus anhelos; tanto que al octavo día en el desierto, ya sin agua y sin haber aún reparado la avería, le observamos dejar a un lado la que era originalmente para él una tarea de vida o muerte, para emprender junto al Principito lo que pudiera parecer una búsqueda sin sentido; ha descubierto ya nuestro solitario aviador que era esta, en realidad, la única cuestión vital, que bebiendo de esa agua ya nunca tendría sed. Su deseo ya no se encauza hacia sí mismo…


73 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
TESTIMONIO

TESTIMONIO

Comments


Commenting has been turned off.
Únete a mi lista de correo

Gracias por enviarnos tus datos

© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

  • Blanco Icono de Instagram
bottom of page