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…la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús,
nos libera de la ley del pecado y de la muerte.
Porque Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no pudo hacer…
Romanos 8:2-3
(DHH)
Hace un año, en la madrugada del 5 de mayo del 2020, mientras el mundo intentaba descifrar las consecuencias que traería la recién llegada pandemia, yo me regocijaba en mi estudio anticipando la primera clase de un taller literario ofrecido de manera virtual gracias al confinamiento: Mística y poesía, una relación orgánica, dictado por Armando Rojas Guardia, quien era para mí el más grande poeta vivo de habla hispana. No tengo palabras para explicar la anticipación y el anhelo con que cada madrugada del martes, por los siguientes dos meses, esperaba la clase de Armando, que nunca decepcionaba, la voz del poeta era bálsamo y luz que yo recibía con los brazos abiertos.
Hoy mi memoria corre al encuentro de esa lenta y sabia voz que unas semanas más tarde ‒el martes 9 de junio para ser precisos, a las cinco de la mañana, cuando el alba aún no rompía en esta antípoda futurista en la que vivo, mientras en la casa del maestro la tarde del 8 de junio persistía‒, me hablaba de lo que el poeta definía como Vivir poéticamente.
...pretendía Moisés cubrir con leyes lo que no sabía cubrir con amor.
En su explicación, Armando nos habló de siete características de esta forma de vida, siendo una de ellas, el optar por la lógica de la sobreabundancia que corrige la cortedad de mira de la mera lógica de la equivalencia. Implica ser movilizado por un amor al mundo, a la vida y a los hombres, sin la búsqueda de compensaciones y beneficios meritorios, un amor que se sitúa más allá del cálculo y la medida.
Luego de cada clase, las verdades escuchadas se quedaban suspendidas en mí por el resto del día, esta en particular, que le habla a mi yo legalista, sigue cuestionándome a casi un año de la muerte del poeta.
Dios le dio a Moisés diez mandamientos que a él pronto le resultaron insuficientes para llevar al pueblo de Israel hasta la tierra prometida, pronto sintió que una ley humana era necesaria para cubrir las ausencias legales por donde se le escurría aquel pueblo rebelde, pretendía Moisés cubrir con leyes lo que no sabía cubrir con amor. Pero el agujero persistía, tras cada nuevo decreto encontraba otra brecha y así nacían más y más leyes. Acabó añadiendo al decálogo más de seiscientas.
Dios no es legalista, amigo lector, por eso veo en este proceder la mano del hombre y no la Suya ‒¿no era también Moisés un hombre, como nosotros, y por ello esclavo de la equivocación que nos caracteriza?‒, sin embargo, como es Su costumbre, Dios supo tomar ventaja de nuestro error y le dio a la ley un propósito, el de hacernos conscientes del pecado al mostrarnos que no podemos cumplirla, que el hombre que crea la ley es incapaz de ceñirse a ella.
Hoy, el poeta y sus palabras resucitan para hablarle al ser legalista en el que a veces me convierto, el que mide, calcula y dicta sentencia.
La alternativa que presenta Jesús cuando resume toda la ley en dos cláusulas ‒Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y Ama a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37,39)‒ tiene el claro guiño de Aquel de quien procede, un Ser simple y fluido, como Su viento, nunca enrevesado como los decretos de Moisés.
Del milagro que se esconde tras la simplicidad planteada por Jesús, da fe León Felipe en aquel poema en el que se imagina caminando con Moisés desde el Sinaí hasta el Gólgota…
…Seguimos caminando… Y llegamos a
la falda del Gólgota. Allí le arrebato
las «Tablas» a Moisés y parto por las bisagras
el Decálogo: Los dos mandamientos
‒son dos nada más‒
y hago una cruz con ellos
«los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos»…
Esta nueva ley, la del Amor, exige libertad, no cálculo. Reconoce y respeta el libre albedrío del hombre, a quien ama, y se limita a señalarle el mejor de los caminos, pone ante nosotros vida y muerte y nos sugiere cuál de ellas elegir (Deuteronomio 30:19).
¿Y cómo no volver ahora al recuerdo de aquella madrugada en que Armando me urgía a vivir poéticamente? Hoy, el poeta y sus palabras resucitan para hablarle al ser legalista en el que a veces me convierto, el que mide, calcula y dicta sentencia ‒de ello son mis hijos los mejores testigos‒. Hoy me recuerda que sólo tiene la razón aquel que sabe amar, que no puedo pretender prescribir el amor y después volverme su contable. Hoy le habla a mi conciencia del amor desconcertante de Dios, que no se remite a lo contabilizado meritocráticamente, que no se circunscribe al cálculo, un amor que es pura generosidad.
Qué lujo haber sido su alumna por ese breve espacio de tiempo y su discípula desde que, hace más de veinte años, Dios permitió que El Dios de la intemperie cayera entre mis manos.
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