Fragmento del libro Buscando a Dios
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Tras permitir que su ira le hiciera dar muerte a un egipcio, Moisés, temeroso por las consecuencias de sus actos, huyó; y aunque regresara a Egipto después de 40 años de exilio, no lo hizo para someterse de nuevo al imperio sino porque Dios le llamó a cumplir la misión para la cual había sido creado (Éxodo capítulos 2, 3 y 4). Como Moisés existe hoy una generación que huyó despavorida tras ser amedrentada por la iglesia y se encuentra aún en el exilio lamiéndose las heridas. ¿Pero de quién huía, de Dios o del hombre?
En cierto modo, yo fui parte de esa generación de exiliados, aunque nunca abandoné mi fe, si llegué a sentir un profundo rechazo por la iglesia católica a la cual «pertenecí» los primeros años de mi vida. Como para tantos de esos exiliados, mi experiencia con la iglesia no fue grata, aborrecía lo protocolario de sus ceremonias y sus repetitivos ritos y a pesar de mi juventud lograba percibir el rechazo de la iglesia hacia los que no se ajustaban a su molde dogmático. En mi adolescencia comencé a frecuentar una iglesia carismática, y conseguí allí un mejor hogar para mi fe, me sentía más a gusto con su porfía en dar prioridad a las Escrituras y la libertad que les daba su carencia de una rígida estructura jerárquica. Sin embargo, ese «patriotismo de iglesia» del que habla Simone Weil en sus cartas al padre Perrin me resultaba un problema infranqueable, como ella yo «no quería para mí un sentimiento de ese tipo», no quería «ser adoptada en ningún ambiente», ni «habitar en un medio en el que se diga «nosotros»». Pero aunque no fue la iglesia carismática el final de mi exilio ─aún me quedarían muchos años por delante─ el contacto permitió que las brasas de mi fe continuaran ardiendo.
Como Moisés, existe hoy una generación que huyó despavorida tras ser amedrentada por la iglesia y se encuentra aún en el exilio lamiéndose las heridas. Pero ¿de quién huía, de Dios o del hombre?
Los años me han permitido comprobar que mi historia no es única, me topo a cada paso con exiliados de esa amedrentada generación, cada uno en un momento distinto de su destierro: algunos apenas lo comienzan, otros ya vienen de vuelta y demasiados hicieron de él su hogar; pero todos tienen en común la decepción y el rechazo hacia la iglesia ─sea cual sea su denominación─ que lamentablemente se les ha convertido en un repudio hacia Dios, y es esta la verdadera tragedia.
En Walt Whitman´s Candem Conversations, se recoge una idea acerca del misterio, que Whitman le planteara a Traubel reflexionando sobre la religión. Afirma: «El misterio no es la negación de la razón, sino su honesta confirmación: la razón, en verdad, conduce inevitablemente al misterio, pero como usted sabe, misterio no es superstición: misterio y realidad son las dos mitades de una misma esfera». Esta conexión que hace Whitman entre el misterio de Dios y la realidad del hombre ─entre el mundo terrenal y el espiritual─ me agrada, porque nuestro empeño en separarlos nos hace vivir en un bilateralismo irreconciliable: o se está con la realidad ─con la lógica, la razón─, o se está con lo espiritual ─lo misterioso, lo trascendente─. Y nos forzamos a escoger entre dos «bandos», cuando estamos inevitablemente atados a ambos y el desatender cualquiera de ellos nos hace truncos e insatisfechos. El percibirlos como «dos mitades de una misma esfera» nos permite acceder a convertirnos en seres más completos y por tanto más felices.
Esta realización me permitió encaminarme hacia el final de mi destierro: dejé de buscar a Dios en el templo y decidí buscarlo en el exilio, porque allí también está Él, allí lo encontró Moisés en una zarza.
Para dar comienzo al final de ese destierro, el exiliado debe discernir que sus desencuentros con la iglesia fueron ocasionados por acciones humanas ─hecho inevitable cuando se está en contacto con el hombre─ y no divinas, que las iglesias están llenas de seres con tantos problemas como aquellos que no las frecuentan y son pocos los que han encontrado las respuestas. El contacto con la iglesia no nos garantiza el contacto con Dios, porque «el Dios altísimo no vive en templos hechos por la mano del hombre» (Hechos 7:48). Esta realización me permitió encaminarme hacia el final de mi destierro: dejé de buscar a Dios en el templo y decidí buscarlo en el exilio, porque allí también está Él, allí lo encontró Moisés en una zarza...
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