![](https://static.wixstatic.com/media/a72c1e_cd5110c483c646efb5f1ae4f708d9332~mv2.jpg/v1/fill/w_944,h_825,al_c,q_85,enc_auto/a72c1e_cd5110c483c646efb5f1ae4f708d9332~mv2.jpg)
Aunque lo que escribo pueda acabar en libros o en la red donde otros al leerlo se hagan partícipes de la conversación de una, para mí, la escritura, más que un medio para transmitir ideas, es principalmente un lugar de sanación y de reflexión.
Hace algún tiempo, releyendo las bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), me quedé, como siempre, sintiendo que tras cada una de ellas había un universo infinitamente mayor al que yo había logrado vislumbrar. Queriendo meditarlas, me propuse escribir breves historias que pudieran explicármelas mejor.
Hoy quisiera compartir contigo, amigo lector, una de ellas.
Bienaventurados los que lloran:
porque ellos recibirán consuelo.
Mateo 5:4
Las tinieblas son ahora dueñas de mi casa, todo es oscuridad y desconsuelo. No tengo otro lugar donde vivir y me paseo desorientada por sus lúgubres estancias o me siento en algún rincón atormentada por voces y ruidos que no reconozco.
Despierto en mitad de la noche sintiendo una oscura presencia en mi habitación que me hace resguardarme bajo la cobija y cerrar los ojos con fuerza intentando ignorarla. No quiero ver, no quiero saber qué siniestra figura se ha sentado en mi cama a atormentar mi sueño. Mi corazón se acelera y el miedo me paraliza hasta que el cansancio triunfa. Al despertar estoy sola y exhausta, envuelta aún en la tiniebla que no se marcha al llegar el día.
Mi casa no fue siempre lóbrega, ha sido este un proceso gradual, a veces la tiniebla comenzaba tiñendo las paredes de alguna habitación y frente a mi desdén se expandía lentamente alcanzando cada esquina, cada espacio; como una mano negra extendía sus dedos hasta apoderarse de toda la estancia. En otras ocasiones parecía barrer con rapidez habitaciones enteras, en las que me adentraba con curiosidad y malicia a experimentar las nuevas sensaciones que la oscuridad ofrecía, dejándome dopar por ellas, dándole tácito permiso para continuar ganando metros a los espacios donde la luz aún persistía.
Al principio me parecía un juego inocuo y divertido entrar en los espacios sin luz y pasar allí el día, pero cada vez era más difícil volver a las estancias donde la luz brillaba encandilando mis ojos que comenzaban a acostumbrase a la oscuridad. En la luz todo estaba a la vista, no había donde ocultar errores para pretender que no existían. La luz brillaba mostrando el lodo que no quería limpiar.
Mi dormitorio fue la última habitación en ser tomada, para entonces ya era poco el tiempo que pasaba allí porque entrar cada noche me llenaba de culpa, pero la oscuridad también comenzaba a atormentarme: la tiniebla se hacía cada vez más densa, los lóbregos espacios se llenaban de ruidos angustiantes. Yo sentía que era ya demasiado tarde, que no podía echar marcha atrás y expulsarla de mi hogar, era cuestión de días antes de que la última habitación fuera invadida. Yo no luchaba para impedirlo. Sentía que me lo merecía.
Hoy, muy temprano, han llamado de nuevo a mi puerta; sucede a diario, pero hace mucho que no contesto, ignoro el llamado hasta que eventualmente cesa. El de hoy parecía distinto y una suerte de fuerza inesperada puso mis pies en marcha hacia la puerta, al abrirla observé a dos jóvenes sonrientes portando una lámpara y pude ver de nuevo esa tibia luz que casi no recordaba. Tomé con cuidado la lámpara en mis manos, que iluminó la lágrima recorriendo mi rostro, mientras me preguntaba, ¿cómo hará, esta pequeña luz, para ganarle a tanta tiniebla?
Comments