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DEL ASCETISMO

  • buscandoadiosps
  • 19 jul 2024
  • 3 Min. de lectura

San Jerónimo penitente. El Greco.

Cuando la mente del yogui se halla en armonía

y encuentra el reposo en el espíritu que reside en su interior,

alejados todos los deseos inquietantes,

entonces él es un yukta, uno en Dios.


Bhagavad Gita 6,18



Hace algunos meses participé de un maravilloso taller acerca de la vida de santos de varias religiones. Hablaron de Santa Teresa, de Ibn Arabí, de Ramana Maharshi... Nos contaron de su vida y su experiencia, de su pensamiento y sus anécdotas, intentando sobre todo que nos mirásemos en ellos, en sus virtudes y en sus desaciertos.


Una de las características de estos santos en la que inevitablemente nos detuvimos fue su ascetismo. Yo, escuchando a los ponentes, recordaba a Rafael Cadenas que, perplejo ante otro santo, afirmaba lo siguiente en su libro Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística:


Me desconcierta en San Juan de la Cruz su ascetismo extremo, ese castigarse impiadoso, la imitatio Christi como autotortura, el tratar el cuerpo como enemigo. No sólo proscribe hasta los «gustillos» más inocuos, sino que se declara la guerra a sí mismo. Pero de iluminación él sabe más que el insignificante emborronador de páginas que debe escribir un artículo sobre su obra, de modo que no osaré ponerle reparos.


Ese ascetismo, a veces tan difícil de entender, es sencilla expresión de un ser enamorado que ha comprendido que todo lo terreno tiene potencial para robarle del Amado.

Tan sólo un par de hojas más adelante, encontramos a este emborronador de páginas, como dice de sí Cadenas, dar con la respuesta:


Desprenderse para ser libre, tal es la exigencia capital de los místicos. Han de romperse las ataduras. El alma debe irse «quitando quereres», dice bellamente San Juan de la Cruz. Esto es el estadio inicial. Después quien obra es Dios. Lo cual podría decirse de otra manera: que una instancia distinta al yo comienza a operar. El vacío que se hace en el alma desnuda lo ocupa una presencia desconocida. O tal vez el vacío sea esa presencia.


Y tiene razón el poeta, pues aquello inicialmente oculto a su mirada y que luego vislumbra, viene a responder todos los porqués que nos advienen cuando nos acercamos al asceta. Ese ascetismo, a veces tan difícil de entender, es sencilla expresión de un ser enamorado que ha comprendido que todo lo terreno tiene potencial para robarle del Amado.


El hombre que existía antes de existir el santo ya no es y sus deseos han desaparecido con él. Visto así, el ascetismo comienza a ganar sentido, pues es mucho más que sólo el producto de la auto-imposición, aunque ciertamente puede comenzar de esta manera. En el santo, el ego ha muerto, ya no existe el ser dominado por su deseo sino uno que ha comprendido el verdadero significado de aquello que nos adelantaba Jesús: no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.


Parecen llevar el rechazo a la idolatría hasta sus últimas consecuencias, pero no es esta una actitud impuesta ni forzada, sino reflejo de algo trascendental que ha ocurrido en ellos.

Si comen o duermen lo hacen para cubrir una necesidad fisiológica y no para satisfacer un deseo que les desborda, por ello estas actividades no necesitan estar pobladas de extravagancias, sólo hace falta la simple ingesta de algún alimento o un lugar tranquilo donde descansar. Parecen llevar el rechazo a la idolatría hasta sus últimas consecuencias, pero no es esta una actitud impuesta ni forzada, sino reflejo de algo trascendental que ha ocurrido en ellos.


Este rechazo a la idolatría (que incluye la auto-idolatría) surge de un proceso natural que se desarrolla en el individuo a medida que se acerca a Dios y le permite ocupar mayores espacios en su vida. Un proceso orgánico a través del cual el individuo, sin notarlo, deja de enfocarse en sus deseos para enfocarse en los de Dios, deja de tenerse a sí mismo (a su yo temporal) como ídolo al cual venerar y gradualmente dirige su alabanza hacia lo eterno (entendiendo como alabanza, su atención) en un gesto de entrega.


Conozco a una chica que sufrió una caída en la que golpeó fuertemente su cabeza. Como consecuencia de este golpe perdió completamente el sentido del gusto. Estaba con ella en una reunión social y, de camino a la barra, le pregunté si quería que le trajera una cerveza. No, gracias, me dijo, desde el accidente no bebo, ¿para qué?, si ya no me sabe a nada. Es eso lo que ocurre en los santos, la vida terrena les resulta insípida.


 
 
 

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