Fragmento del libro Buscando a Dios
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Tu Palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino
Salmos 119:105
La Palabra de Dios debe ser atalaya en nuestra vida desde la cual se aprecie bien la verdad, por eso me resulta angustioso observar cuan confundidos tienen tantos cristianos algunos de los conceptos vitales que se encuentran en ella y que son esenciales para nuestra fe. Conceptos que el mundo ha logrado tergiversar de tal manera que en vez de ser poderosas palabras en la boca y el pensamiento del cristiano, han sido convertidas en trivialidades o tabúes, inculcándonos hacia ellas miedo o haciéndolas vulgares y, al fin y al cabo, removiendo el poder que las envuelve.
En su libro En torno al lenguaje, Rafael Cadenas nos habla del imparable empobrecimiento del lenguaje en la sociedad moderna y de sus consecuencias. Cadenas acierta al advertirnos que el lenguaje es inseparable del mundo del hombre, que pertenece al campo del espíritu y al del alma y por tanto no puede hablarse separadamente de un deterioro del lenguaje. Tal deterioro remite a otro, al del hombre, y ambos van juntos, ambos se entrecruzan, ambos se potencian entre sí.
...debemos darnos a la tarea de reconciliarnos con estos conceptos, en vez de ignorarlos, aborrecerlos o temerles, debemos buscar la verdad en ellos, una verdad personal para nuestra vida cristiana que nos permita comprender el poder que ocultan...
Y continúa: El hombre masa no tiene lenguaje, usa el que le imponen. Cuando comienza a tenerlo, es decir, cuando pone atención a las palabras y va dejando de usarlas mecánicamente, ya está en camino de zafarse de la hipnosis a que estaba condenado. Seguramente las fuerzas manipuladoras saben que la conciencia del lenguaje es un bastión del individuo.
Por ello debemos darnos a la tarea de reconciliarnos con estos conceptos, en vez de ignorarlos, aborrecerlos o temerles, debemos buscar la verdad en ellos, una verdad personal para nuestra vida cristiana que nos permita comprender el poder que ocultan sin permitir que el mundo nos los trivialice, quitándoles, a nuestros ojos, su verdadero valor.
No pretendo hacer aquí un análisis lingüístico o etimológico, sino dejar ver la relevancia de estas palabras para el cristiano de hoy, para su vida como creyente, para su comunicación y relación con Dios y con el hombre. Usando palabras de Whitman: Vengo no tanto a anunciar cosas nuevas como a recobrar la correcta perspectiva sobre las viejas.
Fe
El capítulo 11 del libro de los Hebreos está dedicado enteramente a hablarnos de la fe. No solo nos ofrece en su primer versículo una definición fundamental –Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve–, sino que nos lleva de la mano por un viaje que nos permite visualizar la fe en acción, hablándonos de hombres cuyos actos estaban guiados por su fe en Dios.
La fe no es la capacidad humana para hacer que Dios nos resuelva todos nuestros problemas, se equivoca el cristiano cuando pretende que con solo “creer” lo suficiente que sus aflicciones serán removidas por Dios, Él aparecerá con su varita mágica.
Por fe Abraham se dispone a abandonar todo lo que conoce –su familia, su casa, su ciudad– sin siquiera saber a dónde se dirige; por fe Moisés –el tímido pastor– reta a un imperio para dar libertad a su pueblo y por fe Noé invierte años construyendo una enorme embarcación que alojase a todas las especies de la tierra. Pero el libro nos dice que estos hombres murieron sin haber recibido las cosas que Dios había prometido (versículos 13 y 39). Sin embargo, sabemos que Abraham llegó a ser un hombre rico y respetado y, a pesar de su vejez, tuvo el hijo que Dios le prometiera; sabemos también que Moisés logró liberar a los Israelitas de su esclavitud, y los llevó hasta la tierra prometida, y que Noé y su familia sobrevivieron al diluvio y llegaron a salvo a tierra seca. Entonces, ¿cómo afirma la Biblia que estos hombres murieron sin recibir lo que Dios había prometido? La respuesta se centra en que esta larga lista de milagros y logros no forman parte de la verdadera promesa a la que accedemos por nuestra fe.
Hoy en día, muchos cristianos tienen la equivocada manía de asociar la fe con la obtención de bendiciones terrenales –bienes materiales, salud física–, su perspectiva de la fe está limitada a su experiencia en la tierra, a lo que perciben con su cuerpo y en su mente, y no logran trasladarla a la esfera espiritual.
Mucha de la culpa de esta desfiguración la pueden tener las iglesias que para atraer devotos usan promesas de bienestar material o físico como carnada. Pero no podemos buscar tan solo la mano de Dios, nuestro afán debe estar en buscar Su rostro.
La fe no es la capacidad humana para hacer que Dios nos resuelva todos nuestros problemas, se equivoca el cristiano cuando pretende que con solo “creer” lo suficiente que sus aflicciones serán removidas por Dios, Él aparecerá con su varita mágica. Acaba el creyente debilitando su verdadera fe con esta práctica…
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