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CUATRO RAZONES

  • buscandoadiosps
  • 14 dic 2023
  • 3 Min. de lectura



Las visiones espirituales del hombre se confirman e iluminan entre ellas.

Tenemos la grandeza cósmica del hinduismo, las cuestiones morales de Zaratustra,

el gozo en la verdad de Buda, la victoria espiritual del jainismo,

el amor sencillo del tao, la sabiduría de Confucio, la poesía de sinto,

el Dios único de Israel, el fulgor redentor de la cristiandad,

la gloria del Dios del Islam, la armonía de los sijs.

(…)

Las visiones espirituales del hombre proceden todas de una luz.

Ellas constituyen las lámparas de fuego que arden a la gloria de Dios.


Juan Mascaró



A mi parecer, jamás la arrogancia llega tan lejos como cuando el sujeto asegura que su concepción de la Divinidad es la única correcta. Por ello el proselitismo religioso es una práctica que me resulta problemática, ¿cómo pensar que mi versión de Dios sea exclusivamente acertada sin caer en la soberbia más desvergonzada?


Tengo varias razones para pensar de esta manera, la primera: el que Dios sea, a la vez, único y múltiple. Por ello, el traje Divino que se ciñe a mi talle con precisión milimétrica será inevitablemente un atuendo demasiado ceñido o demasiado holgado para mi hermano. Le sobrará de aquí, le faltará de allá; si se lo impongo, se verá forzado a arrastrar un traje incómodo que decidirá quitarse en la primera ocasión y quizá sólo se ponga cuando quiera pretender que tiene una fe que nunca tuvo.


El camino hacia la Divinidad es uno de descubrimiento, no de convicción.

Hay una segunda razón que me convence de lo innecesario del proselitismo religioso, es esta la convicción de que todo sujeto conoce a Dios, aun los que declaran lo contrario. Dios es amor, nos dice Juan; un concepto del cual, pareciendo tan simple y estando tan trillado, perdemos su profundidad. Afirmaba Dostoievski, en boca de Dmitri Karamázov, que, si Dios no existe, el hombre es el amo de la tierra, del Universo. ¡Magnífico! Pero ¿cómo podrá ser virtuoso sin Dios? ¡He aquí el problema! Porque ¿qué amará ahora el hombre? Aun el mayor de los ateos ama, conociendo el amor ha conocido a Dios y su decisión de continuar amando demuestra la profundidad de su fe, pues ¿no es un acto de fe escoger el amor cuando el odio está siempre a nuestro alcance?


Tengo una tercera razón. El proselitismo impone una creencia, pero no hay nada que "creer", en realidad. El camino hacia la Divinidad es uno de descubrimiento, no de convicción. En Dios no se “cree”, a Dios se le descubre, lo encontramos respirando en nuestro aliento, palpitando en nuestro corazón, pues el Amado no es un agente externo del cual podemos desligarnos dejando de “creer”, como pretende a veces la religión. Ni siquiera mis órganos vitales están tan dentro de mí como lo está Él.


Añadiré, brevemente, una cuarta razón. El proselitismo religioso pretende explicar con palabras lo inenarrable, pero el misterio no puede explicarse; con frecuencia, aquel que cree estar enseñando de Dios, sólo enseña dogma y doctrina. Como bien afirma Lao Tse, el Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao.


Cada expresión individual de la Divinidad es sagrada, pretender cambiarla, para que se ajuste al molde que nos hemos hecho, le profana.

Cada sujeto tiene una “versión” de la Divinidad que es reflejo de su relación personal con ella; tan personal, tan íntima, que no puede duplicarse, usando palabras de Nietzsche: a quienes me preguntaban por el camino, les respondía yo: Éste es el mío. ¿Dónde está el vuestro? Y es que el camino, el único, no existe. Por eso, con frecuencia, al escuchar a otros hablar de Dios, a quien nuestra mente entiende como un concepto universal, nos confunde la imposibilidad de reconocerle en el reflejo que la experiencia ajena nos muestra. Nuestra reacción, con frecuencia, es negar al Dios del que nos hablan por distinto al nuestro. Pero si algo nos hace detenernos, si demorándonos un poco observamos con el corazón, no con la mente, veríamos que, de aquel reflejo antes retorcido, surge lentamente Su imagen, una imagen que deja de resultarnos extraña y, finalmente, afirmaríamos: eres Tú, estás también aquí. Entonces el rechazo tornaría en gozo, en comunión, en concordia y el Amado se colocaría allí, en medio de nosotros.


Cada expresión individual de la Divinidad es sagrada, pretender cambiarla, para que se ajuste al molde que nos hemos hecho, le profana.

 
 
 

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