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CONVERSACIONES (Mateo 5:6)

buscandoadiosps

Absalón (fragmento). Julia Stankova.

Aunque lo que escribo pueda acabar en libros o en la red donde otros al leerlo se hagan partícipes de la conversación de una, para mí, la escritura, más que un medio para transmitir ideas, es principalmente un lugar de sanación y de reflexión.


Hace algún tiempo, releyendo las bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), me quedé, como siempre, sintiendo que tras cada una de ellas había un universo infinitamente mayor al que yo había logrado vislumbrar. Queriendo meditarlas, me propuse escribir breves historias que pudieran explicármelas mejor.


Hoy quisiera compartir contigo, amigo lector, una de ellas.



Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,

porque ellos serán saciados.


Mateo 5:6



El joven observa el mundo que se abre frente a él, florecido de posibilidades que él piensa a su alcance.


– Llegaré más allá del horizonte –se promete–, a esos lugares donde mis ojos no pueden aún posarse.


– Camina, aprende y no olvides mi obra, que es la tuya –susurra en él la Voz eterna.


– Allana, posee y conocerás mi obra, que puede ser la tuya –tienta esa otra voz.


Los años han pasado, el joven es ahora un hombre que carece de horizonte.


– ¡Qué largo ha sido el día! –afirma reclinando su cabeza en el sillón– ¡estoy tan cansado y aún hay tanto por hacer!


El hombre percibe Su mirada.


– ¿Qué quieres de mí, no he hecho ya suficiente por un día?


– Tu esfuerzo ha sido en vano – afirma la Voz eterna.


– Ignóralo –le dice esa otra voz–, descansa, te lo mereces, por hoy has hecho suficiente.


El hombre reclina de nuevo su cabeza e intenta descansar, pero el descanso jamás llega.


Las canas ya se asoman, el hombre acumula, su corazón aún vacío.


– He hecho tanto ¿y para qué?, la saciedad dura sólo un instante –deduce el hombre insatisfecho.


Esa otra voz afirma:


– Mira, allá esta lo que necesitas para ser feliz, sólo eso te falta.


El hombre corre hacia ello entusiasmado y observándolo exclama:


– ¡Habrá que trabajar mucho, pero esto ciertamente me hará feliz!


– ¿Y nuestra obra? –le recuerda la Voz eterna– ¿cuándo habrás de comenzarla?


El hombre escucha, pero antes de que su Palabra haga mella otra voz interrumpe.


– No tienes tiempo ahora para eso, ya lo harás más adelante, debes primero encargarte de tu felicidad.


Las vida sigue, el hombre continúa llenando su talego de espejismos. Advierte de nuevo Su presencia, esta vez se detiene.


– ¿Cuál es esa obra de la que has hablado todos estos años?, ¿dónde está?, ¿en qué consiste?


Él lo toma de la mano y lo lleva por calles mil veces transitadas, donde habita el hambre, la llaga, la tiniebla. El corazón del hombre se pregunta: ¿Cómo no lo he visto antes, si ha estado siempre aquí?


Sacando un puñado de su talego afirma con euforia.


– ¡Tengo mucho acumulado, con esto podemos solventarlo!


– Nada tienes allí de utilidad –aclara Él–, tus quimeras no me sirven.


El ocaso dibuja el horizonte, el corazón del hombre ahora tan lleno como antes lo estuvo su talego.


– He terminado mi jornada –dice el hombre cansado.


– Descansa hijo mío, reposa tu cabeza en mi regazo.

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