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Aunque lo que escribo pueda acabar en libros o en la red donde otros al leerlo se hagan partícipes de la conversación de una, para mí, la escritura, más que un medio para transmitir ideas, es principalmente un lugar de sanación y de reflexión.
Hace algún tiempo, releyendo las bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), me quedé, como siempre, sintiendo que tras cada una de ellas había un universo infinitamente mayor al que yo había logrado vislumbrar. Queriendo meditarlas, me propuse escribir breves historias que pudieran explicármelas mejor.
Hoy quisiera compartir contigo, amigo lector, una de ellas.
Bienaventurados los mansos:
porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Mateo 5:5
Una ciudad cualquiera, un bar cualquiera, dos amigos.
Camilo y León se sientan uno frente al otro. Piden dos tragos y entre sonrisas festejan el casual encuentro. Llevan meses sin verse y se apoltronan con intención de disfrutarlo.
Camilo sigue haciendo de su vida lo mismo, su casa no ha cambiado, su salario tampoco y aunque sus sueños están tan lejos como siempre, el mundo no hace mella, su actitud sigue intacta: sigue amando su vida y el día de hoy es todo lo que necesitaba.
Pero trae buena nueva que le cuenta a su amigo, me llamaron ayer para una entrevista. Es el cargo soñado, la oportunidad que esperaba para empujar su oficio en la dirección que anhela.
León, al otro lado de la mesa, le mira fijamente sin creer lo que escucha, a él también le han llamado para el mismo trabajo.
La vida de León es bastante distinta, a muchos les parece que no le falta nada y sin embargo él siente que de todo carece, su arrogante actitud esconde la escasez que hace hogar en su pecho.
Camilo puede ver detrás de su fachada al niño asustado que se oculta; sonriéndole le dice, te deseo la mejor de las suertes, y levanta su vaso y en un brindis exclama: ¡Qué gane el mejor hombre!
Los ojos, a León, se le oscurecen, pues en esta contienda, él no es el mejor hombre.
Unas pocas semanas han pasado, los amigos se encuentran en el mismo lugar. Esta vez su encuentro no es fortuito, León lo ha organizado, quiere contarle a su amigo cuán maravilloso es su nuevo trabajo.
Camilo se alegra de verle tan contento, entusiasmado escucha, de León, cada detalle, que celebra como si él hubiera sido el elegido.
León muere por dentro, pensaba que este encuentro le haría sentir de nuevo la fugaz alegría que inundara su pecho al saberse escogido, la cual ya se ha esfumado, sigue siendo infeliz y le abruma observar cómo su amigo, entre sonrisas, celebra haber sido vencido.
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