top of page
IMG_6941.JPG

Lipika

Rabindranath Tagore

Editorial Pomaire

Barcelona, España, 1981

08

Lipika

 

El desarrollo de mi profesión me llevó a vivir fuera de mi país natal desde joven, atrás quedó todo aquello que me resultaba familiar: el idioma, los sonidos, los sabores, las estancias. Mi natural desapego me ha ahorrado casi todos los malestares que la nostalgia por el terruño causa en aquellos que están lejos, he aprendido a vivir contenta con lo que tengo y he logrado llenar a plenitud el espacio que antes ocupó todo aquello que dejé. Todo excepto por un gran vacío que mi corazón no logra compensar, el que ha dejado mi adorado idioma castellano.

 

El castellano es la característica de mi ahora lejana cultura a la que me aferro con más ahínco. El inglés —la lengua del país que hoy es mi hogar— es para mí un idioma puramente utilitario, por mucho que lo domine, él no logra dominarme, no logra que mis vísceras se activen cuando a él recurro, es una especie de romance forzado, un novio de compromisos del que no quieres un beso; el castellano es en cambio mi apasionado amante, al que me entrego en un íntimo abrazo, en un beso largo y tibio.

​

aún en la gran separación cultural y lingüística, la presencia de Dios en las palabras del poeta es el puente que salva la brecha.

 

Así, cuando considero la enorme brecha cultural e idiomática entre Tagore y yo (siendo además consciente de que el poeta no buscaba la universalidad con su obra, muy al contrario, sus biógrafos nos hablan siempre de un hombre que amaba su idioma y cuyo trabajo fue vital para la promoción de la cultura Bengala —hasta los cincuenta años no escribió un solo verso en inglés—),  justifico la sospecha con la que me acerqué a él la primera vez que le tuve entre mis manos, convencida que ni el mejor de los traductores lograría salvar la distancia entre nosotros. Y ciertamente encontramos en sus libros trazos de esta dificultad, son comunes las notas que los traductores añaden intentando acercarnos mejor a su palabra, pero tienden a ser estas meras aclaratorias culturales o idiomáticas, pues aún de cara a esta gran separación lingüística, la presencia de Dios en las palabras del poeta es el puente que salva la brecha.

 

Tagore, como una especie de mago poderoso, es capaz de presentar las más hermosas verdades con sus sencillas palabras, se da cuenta de que Dios es esa substancia elemental a la que llegamos cuando la destilación ha terminado, la que habita en una mirada infantil, en el lejano sonido de la flauta y en lo profundo de tu corazón. Y se asegura el poeta de no pretender decorar lo perfecto con empeños humanos, lo toma como es y nos regala solo lo simple, solo lo puro en sus poemas y en sus breves historias (Carl Gustaf Verner von Heidenstam las comparaba con la sensación que se experimenta al beber de un manantial fresco y claro). Escuchemos.

  

EL FESTIVAL DE LA CARROZA (1)

 

Se acerca el día del festival de la carroza.

La Reina dijo al Rey:

- Ven, vamos a ver el festival de la carroza.

- ¡Muy bien! – contestó el Rey.

De sus establos salieron los caballos, de sus establos los elefantes. En apretadas hileras marchaban los pavos reales, en apretadas hileras los lanceros. Los esclavos, hombres y mujeres, iban detrás. Sólo una quedaba, una mujer cuyo trabajo era recoger ramitas en el bosque, para hacer escobas.

Se le acercó el director, a decirle:

- Ven, si quieres unirte a la procesión.

- No puedo ir – le respondió ella, con las manos juntas.

Llegó a oídos del Rey que todos iban a la procesión, salvo la mujer de las congojas.(2)

- Traedla a mi presencia – dijo el Rey, compadecido, a su ministro.

Ella tenía la choza junto a la carretera. Mientras pasaba por allí con su elefante, el ministro la llamó:

- ¡Oh, mujer de las congojas! Ven a contemplar el dios.

Con las manos juntas replicó ella:

- ¿Hasta dónde debo andar? ¿Cómo tendré fuerzas para llegar a la presencia del dios?

- ¡No tengas miedo, que vas con el Rey! – le aseguró el ministro.

- ¡Dios no lo permita! – exclamó ella -. El camino del Rey no es mi camino.

- ¿Qué quieres hacer? – preguntó el ministro -. ¿No es para ti una suerte ver el festival de la carroza?

- ¡Pero es que lo veré! El dios viene a mi cabaña en su carroza.

El ministro se rio.

- ¿Dónde están las huellas de la carroza ante tu puerta?

- Su carroza no deja huellas – respondió la mujer de las congojas.

- Dime por qué – pidió el ministro.

- Porque viene en su carroza de flores – fue la respuesta.

- ¿Dónde está esa carroza? – preguntó el ministro.

La mujer de las congojas le señaló dos girasoles que florecían a ambos lados de la puerta.

 

​

Notas del traductor:

(1) En ocasiones especiales la imagen de la deidad se saca del templo para llevarla en procesión.

(2) Duksbini: no hay un término que traduzca exactamente esta palabra. Se refiere a una mujer menesterosa, pobre, llena de pesares y para quien la vida ha sido difícil (de duksha, congoja).

bottom of page