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A la espera de Dios

Simone Weil

Editorial Trotta

Madrid, 2004

05

A la espera de Dios

 

Este libro llegó a mis manos cuando comencé a escribir Buscando a Dios, y fue obvio que el tiempo de su llegada no era casualidad, en mi mente bullían los temas que eventualmente fueron plasmados en el libro, y Weil era la perfecta compañera de viaje, reconocí en ella el mismo vaivén entre la certeza y la confusión que mi mente experimentaba y ella hizo el camino menos solitario.

 

En A la espera de Dios, vemos a Weil pasearse entre la lucidez y el desconcierto. Sus momentos de lucidez (los que más) me dejaban sin aliento, como arrebatada por una certeza del espíritu que no admitía la duda, Weil exploraba en profundidad temas que solo el sosiego de Dios logra traer a la superficie, aquel estado donde el pensamiento humano se suspende lo suficiente para permitir a Dios que hable. Sus palabras llegaban a aclarar dudas que aún no había comprendido que tenía, revelaba primero las incógnitas para luego ayudar a resolverlas.

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Sus momentos de lucidez (los que más) me dejaban sin aliento, como arrebatada por una certeza del espíritu que no admitía la duda...

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Por otro lado, su confusión me tomó por sorpresa, injustamente esperaba que ese ser capaz de llegar a los niveles de luminosidad que descubría en su texto, tuviera a la mano todas las respuestas. Pero su hermoso libro nos regala también su lado humano, particularmente en sus cartas al padre Perrin, nos recuerda que es una joven de escasos 30 años quien nos habla, alguien que intenta descifrar misterios más allá del alcance de la mente humana, aún para una mente tocada por Dios desde muy joven.

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La desigualdad humana es uno de los temas centrales y recurrentes de su libro. Deleitémonos con uno de sus tantos momentos de lucidez:

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Cuando dos seres humanos tienen que hacer algo juntos y ninguno de ellos tiene poder para imponer nada al otro, es preciso que se entiendan. Se recurre entonces a la justicia, pues sólo la justicia tiene poder para hacer coincidir dos voluntades. Ella es la imagen de ese amor que une en Dios al Padre y al Hijo, el pensamiento común de los que piensan separados. Pero cuando uno es fuerte y otro débil, no hay necesidad ninguna de unir dos voluntades. No hay más que una voluntad, la del fuerte. El débil obedece. Es lo que ocurre cuando un hombre manipula la materia. No hay dos voluntades que hacer coincidir; el hombre quiere y la materia se somete. El débil es como una cosa. No hay ninguna diferencia entre tirar una piedra para alejar a un perro que molesta y decir a un esclavo: “Echa de aquí a ese perro”.

(…)

Si se ocupa el lugar superior en una relación desigual de fuerzas, la virtud sobrenatural de la justicia consiste en conducirse exactamente como si hubiese igualdad; y exactamente en todos los aspectos, incluidos los menores detalles de matices y actitudes, pues un detalle puede bastar para arrojar al inferior al estado de materia que en esta ocasión es naturalmente el suyo (…).

Para el inferior así tratado, la virtud sobrenatural de la justicia consiste en no creer que existe verdadera igualdad de fuerzas, en reconocer que la generosidad del otro es la única causa de ese tratamiento. Es esto lo que se llama gratitud. (…).

Aquél que trata como iguales a quienes la relación de fuerzas coloca muy por debajo de él, les hace realmente el don de la condición de seres humanos, de la que la suerte les privaba. Reproduce a su nivel, en la medida en que tal cosa es posible para una criatura, la generosidad original del Creador.

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