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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha

Miguel de Cervantes Saavedra

W.M. Jackson, INC.

Mexico, D.F. 1966

04

El ingenioso hidalgo

Don Quijote de la Mancha

 

Quizá te preguntes qué hace El Quijote en esta lista, pero tengo una buena razón, solo te pido que me escuches un momento.

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La biblioteca de mi madre, con sus más de quinientos ejemplares, fue para mí primero fuente de placer y luego fuente de deseo; cuando ya se acercaba la hora de emanciparme y me percataba de que se quedaría en la casa materna la nostalgia me invadía y en un impulso por retenerla le rogué a mi madre que si algún día decidía deshacerse de ella me la regalara, grande fue mi sorpresa cuando veinte años más tarde descubrí que ella aún recordaba mi petición y con los brazos abiertos recibí un total de doce cajas que viajaron más de quince mil kilómetros para traerme todas las navidades en un solo día (pedid y se os dará).

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...la lectura de El Quijote me regaló mucho más que un puñado de aventuras tragicómicas, me reveló una historia donde Dios también era protagonista

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Entre los muchos libros que llegaron estaba El Quijote, una hermosa edición de cuatro tomos llena de ilustraciones que eran perfecta compañía para las palabras de Cervantes. Yo recordaba haberlo ojeado en mi adolescencia, pero en aquella época carecía de la serenidad necesaria para asumir la lectura de las más de mil trescientas páginas contenidas en aquellos cuatro libros que ahora volvían a mis manos cuando mi corazón ya estaba listo.

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Su lectura fue una experiencia llena de placer y también de sorpresa. La historia de Don Quijote ya habitaba en mí, como lo hace en la memoria colectiva del mundo hispano, todos hemos oído las aventuras del ingenioso hidalgo que con absurda valentía galopaba lanza en mano hacia un molino de viento, y eso esperaba yo descubrir, pero la lectura de El Quijote me regaló mucho más que un puñado de aventuras tragicómicas, me reveló una historia donde Dios también era protagonista, presencia constante en el pensamiento del escritor y en las palabras de sus personajes, ¡y cuán grato fue encontrarle allí!

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La bondad —que delata la presencia de Dios— habita en el corazón de nuestro valeroso caballero y se percibe con sutileza en todas sus historias, como una calma bajo las aguas turbulentas de sus aventuras que emerge triunfal cuando —ya sin máscara— Alonso Quijano se aproxima a su muerte. Pero antes de ello, esa lucidez espiritual es palpable en el pasaje que nos narra los consejos que en un hermoso momento de intimidad le da a Sancho antes de que partiera a gobernar su ínsula, y que bien pudieran ser versículos robados al libro de los Proverbios de Salomón, pues se palpa a Dios en ellos:

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Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia (…)

Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones (…)

Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos.

 

Hablándole a mi hija de El Quijote, y contándole cuan llenos de Dios aquellos libros estaban, ella me interrumpió para decirme —quizás un poco harta—: “Mamá, para ti todo está lleno de Dios” (buscad y hallaréis). Supongo que tiene razón, que su afirmación es un reflejo de aquello de lo que hablaba Rilke cuando decía que el que percibe a Dios “le escucha, murmurando por la vega, le ve, cantando por las estrellas, y no puede ya desaprender más y todo no es más que su manto” …pero yo los dejaré juzgar a ustedes (llamad, y se os abrirá).

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