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El Dios de la intemperie

Armando Rojas Guardia

Editorial Mandorla

Caracas, 1985

03

El Dios de la intemperie

 

Escoger un solo libro de la obra de Armando Rojas Guardia para incluir en esta lista ha sido tarea imposible, así que esta entrada más que la de un libro será la de un autor.

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... y cuando de su mano creías haber explorado ya todos los rincones, el poeta retiraba el último de los velos para llevarte hasta su médula, donde al posar tu mano sentías su corazón latiendo.

 

El Dios de la intemperie fue el primer libro que leí de Rojas Guardia, y recuerdo mi incredulidad cuando pasaba sus páginas y me adentraba cada vez más en el mundo de este autor que escribía de una manera que yo nunca antes había experimentado. Como el mejor maestro del suspenso, desarrollaba sus ideas en interminables oraciones que me dejaban sin aliento por tanto tiempo, que creía fallecer antes de alcanzar la sublime conclusión. Se iba desnudando capa por capa sobre el papel con precisión matemática, ni una sola palabra fuera de lugar, ni una sola idea desacertada; y cuando de su mano creías haber explorado ya todos los rincones, el poeta retiraba el último de los velos para llevarte hasta su médula, donde al posar tu mano sentías su corazón latiendo.

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Trataré de no hacer la lista demasiado larga, pero no puedo dejar de nombrar aquellas de sus obras que más he disfrutado: El Dios de la intemperie, El principio de incertidumbre, El esplendor y la espera, Crónica de la memoria, Poemas de quebrada de la virgen.

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Ahora callaré. Mejor dejarle hablar:

 

EL EXCLUIDO

(del libro El esplendor y la espera)


No se lo encuentra de veras en el templo.
Su morada, si así puede llamarse al desamparo, 
es precisamente el gran afuera,
el periférico sitio donde vive
aquél siempre excluido, el no invitado,
quien pernocta ―digo bien: pasa la noche―
lejos de la hogareña luz bajo la cual 
transcurre el reposo ensimismante
que no nos deja salir hacia ese absoluto, 
peligroso descampado en cuyo centro
aguarda él, desconocido, delincuente quizá,
tal vez un enemigo, pero de cualquier manera
extranjero, ignorable por los rigurosos códigos
que nos prohíben saludar a un extraño
y mucho más brindarle la acogida
de convidarlo a nuestra casa.

El excluido, en lo oscuro, te interroga
sólo con su aguardar eterno. ¿No escuchas 
aquellos insistentes pasos revelándote
la apátrida vigilia de su insomnio?
Pero encontrarlo significa salir,
sobre todo salir, padecer la incomodidad 
de la salida al afuera sin refugio,
dejar la lámpara, el sillón, la mesa puesta, 
y emprender el noctámbulo esfuerzo
para descubrirlo en la prisión culpable,
y en la pobreza toda, y en la herejía
acusadora de tu léxico mental,
y en la viudez de lo cierto, y simplemente 
en el cáncer, la lepra, la agonía:
situado allí donde el paisaje se presenta inhóspito
por distinto a los que ya conoces,
a los que acaban devolviendo tu mirada 
como un espejo contumaz.


Es él. El que no invitaste. Ahora lo sabes. 
Lo descubriste al fin, llorando noche. 
Sólo te falta venir junto a esas llagas,
ese hambrear harapiento, esa incertidumbre, ese delito,
esa implacable interpelación del diferente
hasta el centro mismo de tu casa y celebrar
la cena ―sí, celebrarla― al compartir
con él, Único y múltiple, Otro central y repartido,
el pan terriblemente suave;
dejando la conciencia de que pudiste hacerlo 
en la oscuridad cerrada, tras la puerta.

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