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Diario de un cura rural
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A Bernanos llegué, como a tantos autores que mucho he disfrutado, por recomendación de un gran maestro: Armando Rojas Guardia, quien hablaba de este libro como uno de los cinco que empacaría si tuviera que irse a vivir a una isla desierta. Yo, luego de leerlo, pensaba que resumirlo en una noción sería tarea imposible y releyendo su prólogo, que escribe José Luis Restán, encuentro en las palabras del periodista la misma dificultad, pues Bernanos hace de Diario de un cura rural un pequeño universo.
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Viajando en él encontramos los grandes temas que ocuparon la preocupación del autor: nos topamos con la fe y con la duda que abrazadas parecen una, vemos frente a frente a la pobreza y descubrimos que tiene una mirada distinta a la que recordábamos, el bien y el mal vienen también a saludarnos portando rostros que no reconocemos. Terminaré esta lista, que inevitablemente se me ha quedado corta, mencionando el encuentro con la iglesia que forma también parte del universo que Bernanos nos dibuja, la encontramos allí, intentando explicarse su función, rodeada, como está, de este panorama de infinitos matices.
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nos topamos con la fe y con la duda que abrazadas parecen una, vemos frente a frente a la pobreza y descubrimos que tiene una mirada distinta a la que recordábamos, el bien y el mal vienen también a saludarnos portando rostros que no reconocemos.
El cura imaginario de Bernanos representa, para los demás personajes del libro, una incomodidad, un joven estorboso que dice cosas que preferirían no escuchar. Y así lo es también para el lector, nos adentramos en la psique de este cura que nos incomoda y reta como lo hacen los santos, seres que se empeñan en señalar aquello que tanto nos esforzamos permanezca a oscuras. El joven cura se posiciona fuera de los dogmas, rituales y sermones que nos abrigan dándole a nuestro mundo el orden que deseamos: dividiendo a la humanidad en “buenos” y “malos”, cubriéndonos con un falso manto que, en realidad, nunca ha abrigado a nadie.
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— Nadie sabe de antemano los resultados que, a la larga, puede producir un mal pensamiento. Existen buenos y malos: y por muchos que el viento se lleve, que los zarzales ahoguen y que el sol seque, uno solo enraíza. La simiente del mal y del bien es echada a voleo por doquier. La mayor desgracia es que la justicia de los hombres intervenga siempre demasiado tarde: reprime o castiga los actos, sin poder elevarse o alejarse más que quien los ha cometido. Pero nuestras faltas ocultas envenenan el aire que otros respiran y el crimen del que un miserable tiene el germen, aun a su pesar, no germinaría nunca sin ese principio de corrupción.
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— Todo eso son locuras, grandes locuras: sueños malsanos…
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Estaba lívida. Prosiguió:
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— Si pensáramos en todas esas cosas, tendríamos que dejar de vivir.
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— Así lo creo, señora condesa. Creo que si Dios nos diera una idea clara de la solidaridad que nos liga unos a otros, en el bien y en el mal, dejaríamos, efectivamente, de vivir.
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La conversación entre el cura y la condensa, madre atormentada por la muerte de su pequeño niño cuya amargura esparce dañando a todos a su alrededor, representa el eje del tema del bien y el mal. Es un largo capítulo en el centro del libro y leyéndolo lloré desconsoladamente. Jamás un libro ha generado esto en mí, ha habido lágrimas, sí, pero este llanto inconsolable que manaba leyendo el íntimo diálogo nunca lo había experimentado en la lectura. No era este un llanto lleno de sentimentalismo, y podría haberlo sido: la muerte del pequeño, la tristeza de la madre; no, mi llanto era de otra naturaleza.
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El joven cura se posiciona fuera de los dogmas, rituales y sermones que nos abrigan dándole a nuestro mundo el orden que deseamos: dividiendo a la humanidad en “buenos” y “malos”, cubriéndonos con un falso manto que, en realidad, nunca ha abrigado a nadie.
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Con el diálogo entre el cura y la condesa Bernanos logra que miremos más allá del sufrimiento temporal terreno (el de la madre que se ha quedado sin su hijo) y veamos el verdadero sufrimiento que constituye el estado en el que se encuentra el corazón de esta mujer, que ha decidido matar en ella al Amor por causa de su tristeza. Es eso lo que me hacía sentir ese ahogamiento en el pecho: observar tan de cerca a la desesperanza. El cura ya no le hablaba a la condensa, era a mí a quien decía.
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No puede negociarse con Dios. Hay que entregarse a Él sin condiciones.
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Observo de nuevo el universo que es Diario de un cura rural, que pensé constituido por temas aislados (el tema de la pobreza, por ejemplo, que Bernanos desarrolla magistralmente al comienzo del libro, parece retirarse dando espacio a uno nuevo cuando el drama de la condensa se descubre) y me doy cuenta de que Bernanos, con todos ellos, nos habla de uno solo. Si damos un paso atrás, para observar el todo, nos percatamos de que esta supuesta variedad forma aristas que apuntan en una sola dirección: la del Amor.​​​​​​​​​​​​
Diario de un cura rural
Georges Bernanos
Ediciones Encuentro
Madrid, 2023