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La presencia pura

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Nunca dejará de sorprenderme cómo Dios pone en mis manos la lectura apropiada en el momento correcto. Ya sea un pasaje de la Biblia o de algún otro texto sagrado, un poema que llega y responde a angustias que en mi corazón persisten, o como en este caso, un libro entero, un mar de palabras en las que sumergir mi piel sedienta.

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Ha sucedido tantas veces que hace mucho perdí la cuenta de cuántas han sido, por ello, quizás, no debería sorprenderme, pero no puedo evitarlo. Mi ser no se acostumbra a esa manera de “malcriarme” que tiene Dios conmigo, como la llamo yo. Pasada la inicial sorpresa, mi corazón conmovido se queda sin palabras, sin saber cómo agradecer esta generosidad que no merezco.

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Un viaje para visitar a mi padre, cuya demencia avanza sin miramientos, se acercaba; Dios, con este libro, se propuso prepararme para el camino que habría de recorrer.

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Sucedió también con este libro de Bobin, que llegó cuando mil angustias se enfilaban a mi puerta. Mi pecho, sin armadura, las observaba temeroso. Un viaje para visitar a mi padre, cuya demencia avanza sin miramientos, se acercaba; Dios, con este libro, se propuso prepararme para el camino que habría de recorrer.

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Bobin comparte con nosotros, a través de notas poéticas, la experiencia de visitar a su padre, paciente de Alzheimer, en la residencia de ancianos donde vivía. Los ojos del poeta traspasan la enfermedad y encuentran, al otro lado, esa presencia pura que persiste cuando el resto de lo que era se ha perdido. Su padre seguía allí, intacto en el instante, donde todo es novedad, donde todo se dice y se hace por la primera vez. Es lo que trae esta suerte de enfermedad “Benjamin Button”, les hace regresar, des-vivirse hasta hacerse de nuevo pequeños, hasta volver a ese tiempo cuando aún no había memorias y el instante era lo único real, cuando todo era enteramente nuevo, cuando no había urgencias ni atropellos y la lentitud marcaba el ritmo de los días.

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A la vuelta de mi viaje puedo reportar que los consejos del poeta fueron invaluables. Pude mirar también más allá de una enfermedad que extingue al padre que persiste en mi recuerdo para disfrutar del niño en que se va convirtiendo.

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El Evangelio registra estas palabras de Jesús: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo. Parece ser ese morir del ego al que nos invita Cristo lo que Bobin encuentra en los pacientes de Alzheimer, a quienes dice haber visto como aturdidos por una gloria que hubieran recibido, (…) me estoy refiriendo a la gloria porque la enfermedad te saca del mundo y, en este sentido, es una dicha estar fuera del mundo. Los niños lo están de manera natural y las personas que sufren (de Alzheimer), a pesar de ellas, también lo están.

 

Llené mi maleta con estos consejos de Bobin antes de comenzar mi viaje:

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Si somos demasiado rápidos, la vida huye, se echa para atrás.

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Necesito siempre algunos minutos para ir a su paso y unirme a él en esa lentitud propia del principio y el final de la vida.

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La verdad viene de tan lejos para alcanzarnos que, cuando llega cerca de nosotros, está agotada y no tiene casi nada que decirnos. Ese casi nada es un tesoro.

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Estos enfermos, contrariamente a lo que se dice, no están ausentes. Quizás son las personas menos olvidadizas, porque no olvidan la base de la vida, lo esencial.

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Para llegar a ti aparto todos los nombres de enfermedad, edad u oficio, como se aparta una cortina de laminillas de plásticos de colores, en la entrada de las casas, justo hasta encontrarte en el frescor de ese único nombre que no miente: padre.

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A la vuelta de mi viaje puedo reportar que los consejos del poeta fueron invaluables. Pude mirar también más allá de una enfermedad que extingue al padre que persiste en mi recuerdo para disfrutar del niño en que se va convirtiendo. En el porche de su casa, pasé horas viéndole regocijarse en los pajaritos que venían a comer el arroz partido que mi madre, estratégicamente, pone para asegurar las aladas visitas. Mi padre reía de contento viéndolos llegar, les hablaba y les observaba con una atención que jamás noté en él cuando el afán del mundo regía su jornada.

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La enfermedad también viene con estragos, eso no puede negarse, pero me quedo con la luz que emana de la ternura sin precedentes que observo en mi padre-niño ante el puñado de pajaritos, que él se convence vienen, no por el festín servido, sino simplemente a visitarle. Sin saberlo, antes de partir para mi viaje, Dios y Bobin me habían enseñado que era esa gloriosa luz la que debía resguardar en mi recuerdo.

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La presencia pura

Christian Bobin

Ediciones El Gallo de Oro

Bilbao, 2017

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