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Los ojos del hermano eterno

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De todo corazón suspiro por ti en la noche;
desde lo profundo de mi ser te busco.
Cuando tú juzgues la tierra,
los hombres aprenderán lo que es justicia.

 

Isaías 26:9

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Este versículo en Isaías bien podría ser un resumen del pequeño y maravilloso libro de Zweig que hoy quiero referirles. Los ojos del hermano eterno no es una de las magníficas biografías a las que Zweig nos tiene tan acostumbrados, es, más bien, un libro un tanto inusual para el autor y pudiera parecer un grito interior.

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Narra la historia de Virata, que comienza como admirado guerrero de la corte y termina como olvidado guardián de los perros de palacio. Acompañados por la certera prosa de Zweig, recorremos la vida de este hombre que escala de iluminación a iluminación, pero tras cada ascenso, la ganancia en sabiduría se traduce en una suerte de pérdida.

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Debe abandonar su rol de respetado guerrero, dejando a un lado la espada que lo definía, tras comprender que quien mata al hombre, mata al hermano. (…) que la espada entraña violencia y la violencia es enemiga de la justicia.

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Acompañados por la certera prosa de Zweig, recorremos la vida de este hombre que escala de iluminación a iluminación, pero tras cada ascenso, la ganancia en sabiduría se traduce en una suerte de pérdida.

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Debe abandonar su rol de juez supremo y el poder que este le supone, cuando la iluminación le descubre que el que imparte justicia comete injusticia y se llena de culpa (…), que nadie puede ser juez de nadie. Que castigar es cosa de dios, no del hombre, y el que toca el destino cae en falta.

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Debe abandonar su hacienda, incluyendo los esclavos que le sirven, luego de develar que la libertad que emana de Dios cuando da vida a un hombre no puede ser arrebatada por otro, que había sometido a su voluntad a otros hombres al haberlos convertido en esclavos en virtud de una ley que no era más que la frágil ley de los hombres, y no ley eterna del dios de las mil formas, que esclavizando a otros, se esclavizaba a sí mismo.

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Momentos en los que nos atrevemos a dar finalmente espacio a Dios para que aclare las interminables preguntas que lanzamos en su dirección a lo largo de nuestra vida, sin intención de hacer la pausa que se requeriría para escuchar la respuesta.

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Debe, finalmente, también abandonar su amada vida de anacoreta cuando una última iluminación le revela que evitar la acción no nos hace libres de la culpa, que nuestros pies están encadenados a la tierra y nuestros actos a la ley eterna, que sólo es libre el que sirve, que ofrece su voluntad a otros y emplea sus fuerzas en una obra, sin hacer preguntas. (…) El que no hace sino servir y renuncia a su voluntad se despoja de toda culpa y vuelve a dios.

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Zweig narra también con destreza esos momentos de iluminación, siempre rodeados de oscuridad, soledad y silencio: Mientras permanecía quieto, sumido en la oscuridad de su habitación, notó cómo se iluminaba su interior y cómo le ensanchaban el pecho sus pensamientos, llenos de una luz que bajaba de una altura invisible. Momentos en los que nos atrevemos a dar finalmente espacio a Dios para que aclare las interminables preguntas que lanzamos en su dirección a lo largo de nuestra vida, sin intención de hacer la pausa que se requeriría para escuchar la respuesta.

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aunque nos escudemos tras la excusa de que son todo sueños utópicos, (...) no podemos ignorar el brillo de sus palabras que indetenibles trascienden nuestro escudo y nos dejan a la intemperie, preguntándonos, cómo podríamos, aún sin llegar al ideal, al menos, dar un paso hacia él.

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A cada vuelta de esquina, Zweig nos descubre una verdad cada vez más pura. Como quitando capas a una cebolla para llegar a su centro, el autor remueve poco a poco frente a nuestros ojos los pétalos de esta flor en busca del dulcísimo néctar que esconden. La hermosura, el color, el aroma de cada pétalo es oscurecido cuando aparece el siguiente, hasta que, finalmente,  descubrimos que todos ellos no son más que velos que ocultaban la auténtica belleza.

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Es difícil quedarse impávido ante los retos planteados por Zweig en este libro. Pero, aunque nos escudemos tras la excusa de que son todo sueños utópicos, mitos inalcanzables, de que así nunca podríamos funcionar como sociedad, no podemos ignorar el brillo de sus palabras que indetenibles trascienden nuestro escudo y nos dejan a la intemperie, preguntándonos, cómo podríamos, aún sin llegar al ideal, al menos, dar un paso hacia él.

Los ojos del hermano eterno

Stefan Zweig

Acantilado

Barcelona, 2002

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