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Bhagavad Gita

Penguin Random House

Barcelona, 2008

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Bhagavad Gita

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Somos, inevitablemente, producto de nuestro entorno. Nuestro origen social, nuestra religión, nuestro nivel cultural, incluso nuestro idioma, moldearán la manera de aproximarnos a lo que nos rodea. Soy consciente de que ese bagaje, del cual no puedo deshacerme, informa la manera como percibo lo leído cuando me acerco a una Biblia cristiana, pues son historias que me fueron, no sólo contadas, sino “explicadas” aún antes de que aprendiera a leer. Cuando en mi adolescencia emprendí por primera vez una lectura pausada de la Biblia, esa carga cultural informaba lo que leía, limitando así el descubrimiento, la interpretación, el asombro, las palabras sólo decían lo que se me había dicho que dirían. 

 

Sin embargo, siento que al Bhagavad Gita puedo acercarme con ojos más frescos; aunque sé que mi bagaje cultural también está presente cuando me paseo por sus páginas, la rigidez que ineludiblemente acompañará siempre mi lectura de la Biblia, producto del dogma infundido por la religión que habito, no está presente aquí. Siento que puedo leerlo de manera más libre, sin que la religión me lo haya “explicado”, siento que soy como el pequeño niño que descubre sus pies.

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La voz de Krisna nos desprende del mundo exterior que nos secuestra, señalándonos que adentro llevamos un universo entero, nos rescata de la trampa que la temporalidad ha tendido y revela el misterio de lo eterno escondido en nuestro centro.

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Consciente de que toda religión custodia una revelación que se esconde entre las páginas de sus libros sagrados, y de que el hinduismo y su Bhagavad Gita no son la excepción, me acerco al libro con un corazón curioso y anhelante.

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La historia nos muestra el despertar de un hombre (Arjuna) a quien la Divinidad ha concedido una entrevista cuyas preguntas responde con generosidad. Su conversación nos lleva hasta el universo de nuestra interioridad, donde lo eterno habita. La voz de Krisna nos desprende del mundo exterior que nos secuestra, señalándonos que adentro llevamos un universo entero, nos rescata de la trampa que la temporalidad ha tendido y revela el misterio de lo eterno escondido en nuestro centro. Gira así nuestra mirada del afuera temporal al adentro sin fin, donde nuestro valor reside.

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descubrir ese universo interior requiere entrega, desprendimiento, olvidarse de la vida como la definen nuestros sentidos y adentrarse en una dimensión que los supera.

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Del mundo de los sentidos proceden, oh hijo de Kunti, el calor y el frío, el placer y el dolor. Van y vienen: son pasajeros. Aprende a remontarlos, oh descendiente de Bhárata.

El hombre a quien esto no inquieta, cuya alma es una, más allá del placer y el dolor, es merecedor de la vida en eternidad.

Lo irreal nunca es; lo real nunca deja de ser. Esta verdad la han visto quienes realmente perciben lo verdadero.

Impregnando todo lo creado, el espíritu se halla más allá de la destrucción. Nadie puede acabar con el espíritu inmortal.

Pues habita en estos cuerpos más allá del tiempo. Aunque a los cuerpos les llegue su hora, él permanece inmensurable, sempiterno. (…)

Quien piensa que mata y quien piensa que es matado no conoce cómo actúa la verdad. Lo eterno en el hombre no puede matar: lo eterno en el hombre no puede morir.

Jamás nace, jamás muere. Está en la eternidad: existe por siempre. Ingenerado y eterno, más allá del tiempo pasado o venidero, no sucumbe cuando el cuerpo perece.

 

Pero no se detiene en el qué, también nos enseña el cómo, pues descubrir ese universo interior requiere entrega, desprendimiento, olvidarse de la vida como la definen nuestros sentidos y adentrarse en una dimensión que los supera. Alejarnos del oleaje que abate y confunde, que nos lleva de aquí para allá sin descanso, para sumergirnos al reposo que bajo la superficie nos espera.

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Cultive el yogui día tras días la armonía del alma: en lugar apartado, en profunda soledad, dueño de su mente, sin esperar nada, sin desear nada.

Encuentre un lugar puro y un asiento estable, ni muy alto ni muy bajo, cubierto con hierba sagrada, una piel y una tela por encima.

Acomódese en ese asiento y practique yoga* para la purificación del alma: con la vida de su cuerpo y mente en paz; su alma en silencio ante el Uno.

Con el cuerpo, la cabeza y el cuello erguidos, instalados rectos e inmóviles; la mirada interior no inquieta, sino asentada y fija entre las cejas; con el alma en paz, desterrado todo temor, afianzado en su voto de santidad, permanezca con la mente en armonía y su alma dirigida a mí, su Dios supremo.

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el mismo Dios que se pasea por mi Biblia se pasea también por el Bhagavad Gita, y Su misericordia, la que reconoce y entiende mi terca humanidad y sabe compensarla con Su gracia, está también allí.

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Finalmente, nos aclara también el por qué.

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El yogui que, dueño de su mente, ora de continuo en tal armonía de alma, obtiene la paz del nirvana, la paz suprema que se halla en mí. (…)

Cuando la mente del yogui se halla en armonía y encuentra el reposo en el espíritu que reside en su interior, alejados todos los deseos inquietantes, entonces él es un yukta, uno en Dios. (…)

Cuando la mente se asienta en la quietud de la oración del yoga, y por la gracia del espíritu ve el espíritu y en él halla plenitud, entonces el devoto conoce el gozo de la eternidad.

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Ya sé que estas pensando, amigo lector, pues lo he pensado yo también. Aunque leía el Bhagavad Gita entusiasmada, deleitándome en su enseñanza y en su sabiduría, sentía que lo que de mí se pedía era inalcanzable, que la entrega exigida me superaba, que la terquedad de mi alma me negaría el anhelado nirvana. Pero el mismo Dios que se pasea por mi Biblia se pasea también por el Bhagavad Gita, y Su misericordia, la que reconoce y entiende mi terca humanidad y sabe compensarla con Su gracia, está también allí. Aún si mi mejor esfuerzo no consigue la unión, si no logro entregarme, si mi yo sigue marcando la jornada y la escurridiza armonía que se requiere se me escapa; la Divinidad desplegará su misericordia y extendiendo sus brazos me alcanzará.

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Arjuna:

Me has hablado, ¡oh Madhusudana!, de un yoga en constante unidad, de una unión que es siempre una. Mas la mente es inconstante; no logro hallar descanso en medio de su agitación. (…)

Y si un hombre se esfuerza y fracasa en alcanzar el objetivo del yoga, pues su mente no está en yoga, y aún así ese hombre tiene fe, ¿cuál es su final, oh Krisna?

¿Acaso alejado de la tierra y el cielo, errante entre los vientos sin rumbo, se desvanece como una nube en el aire, no habiendo hallado la senda de Dios? (…)

 

Krisna:

Ni en este mundo ni en el venidero perece ese hombre; pues quien hace el bien, hijo mío, nunca transita el sendero de la muerte.

(…)

Para todos los seres soy el mismo, y mi amor siempre es el mismo; pero quienes me adoran con devoción están en mí, y yo en ellos.

Pues aun si el más grande pecador me adora con toda su alma, ha de ser considerado entre los justos, pues justa es su voluntad.

Y pronto se tornará puro y alcanzará la paz imperecedera. Pues en esta promesa pongo mi palabra: el que me ama no perecerá.

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*Valga aclarar aquí que el yoga del que habla el Bhagavad Gita no es el concepto que la modernidad nos ha vendido. El yoga es la búsqueda de la Divinidad y el yogui aquel que busca.

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