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Los hermanos Karamázov

Fiódor Dostoievski

Penguin Random House

Barcelona, 2010

17

Los hermanos Karamázov

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Digan lo que digan de los cuadros de Frans Hals, nunca deja de pisar el suelo, mientras que Rembrandt, en cambio, penetra tan lejos en el misterio que dice cosas que ninguna lengua puede expresar. Es con justo título que se dice de Rembrandt: el Mago… No es un oficio fácil.

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Así le dice Vincent Van Gogh a su hermano Théo en una de sus cartas y de la misma manera te hablaré yo en esta, hermano lector, acerca de Dostoievski: el Mago que con sus letras dice cosas que ninguna lengua puede expresar.

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Podría limitarme a decir que Dostoievski cuenta la historia de una familia: los Karamázov. El padre, Fiódor, borracho y corrompido, sus cuatro hijos: Dmitri, el hijo mayor, apasionado y violento; Iván, frio e intelectual; Aliosha, el menor, religioso y compasivo; y Smerdiakov, el bastardo resentido. Pero limitarme a estos personajes nos dejaría por fuera, a nosotros que también estamos entre las hojas de este libro. El genio ruso, el Mago, penetra en el misterio y desde allí cuenta también nuestra historia, la tuya y la mía y la de toda la humanidad.

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…hace tiempo que te vengo observando. Eres Karamázov, completamente Karamázov

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Todos somos Karamázov, por nuestras venas corre la misma sensualidad que apresaba a los personajes de Dostoievski

 

A esto se reduce todo vuestro problema karamazoviano: ¡sois sensuales…!

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Si, ser Karamázov es ser dominado por los sentidos, somos olas que su viento trae y lleva:

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Ahora quiero hablarte de los «insectos», de esos a los que Dios ha obsequiado con la sensualidad. Yo mismo soy uno de ellos. Nosotros, los Karamázov, somos todos así. Ese insecto vive en ti, levantando tempestades. Pues la sensualidad es una tormenta, y a veces más que una tormenta.

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Dostoievski no se apiada de nosotros, nos describe con detalle profundidades del alma que por oscuras preferimos ignorar. Vemos nuestro reflejo en la perversidad de seres que el autor logra desnudar sin miramientos: aquí pulula nuestro rencor, allá nuestra culpa, más allá nuestro tormento. Y aunque en la intimidad de la lectura sólo seamos Dostoievski y nosotros los testigos, tratamos de ocultarnos como si algún pasante pudiera ver, en nuestro rostro lector, la mancha del delito. Pero por difícil que sea continuar leyendo (¿leyéndonos?), y por momentos es verdaderamente duro, el Mago nos incita a decir como Aliosha: No importa, también yo quiero atormentarme.

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...limitarme a estos personajes nos dejaría por fuera, a nosotros que también estamos entre las hojas de este libro. El genio ruso, el Mago, penetra en el misterio y desde allí cuenta también nuestra historia, la tuya y la mía y la de toda la humanidad.

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Leyendo siento que Dostoievski me obliga a ver al Karamázov en mí, a mirarme honestamente, sin máscaras ni censura, a reconocer finalmente que esa hediondez también es mía. Y cuando mi alma pretende excusarse, negar su estirpe argumentando que su pecado no puede compararse con los de estos hombres violentos, escucho al piadoso Aliosha que me explica:

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La escala del vicio es la misma para todos. Yo estoy en el primer escalón; tú estás más arriba, en el escalón trece o cosa así. Así es como yo miro la cosa, pero es lo mismo, exactamente igual. Quien pone el pie en el primer peldaño, obligatoriamente subirá hasta el último.

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Todos estamos dibujados en esta geografía, me gusta pensar que algo de Aliosha hay en mí (¿no nos gustaría a todos?), pero también debo mirarme al espejo y encontrar allí mi Iván, mi Dmitri, mi Fiódor, mi Smerdiakov y no voltear la mirada sino reconocerlos (reconocerme, en realidad) y con el enemigo ahora en la mira luchar de frente contra él.

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…somos unas naturalezas amplias, karamazovianas (he aquí el punto clave de la cuestión), capaces de compaginar todo género de contradicciones y, al mismo tiempo, de contemplar a la vez dos abismos: el abismo que se abre sobre nosotros, el de los ideales supremos, y el abismo que se abre bajo nosotros, el de la más innoble degradación.

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Sabe Dostoievski que la culpa, si permitimos que nos lleve no a través de la condena, sino de la convicción, puede ser el camino para acceder a la redención, y a riesgo de que el desagrado nos haga cerrar su libro, se asegura de echar luz sobre nuestras vergonzosas verdades, sin dejar nada oculto, nada para la hipocresía, nada para la pretención.

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