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BUSCANDO A DIOS
“Pedid, y se os dará;
buscad,y hallaréis;
llamad, y se os abrirá”
Lucas 11:9
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Estas palabras de Jesús resumen con precisión la travesía de este libro, que comenzó cuando hace algunos años nació en mi la necesidad, casi angustiosa, de pedirle a Dios que me concediera sabiduría. ¡Vaya una idea descabellada!, a mí, que en lo natural no poseo el menor indicio de lucidez, ni de agudeza, ni de humildad, ni de ninguna otra característica que muestre la profundidad de carácter que se esperaría de alguien que limita su petición a Dios a la sapiencia (pueden creerme, esto no es falsa modestia).
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Incluso llegué a preguntarme si no era orgullo lo que me motivaba, pero en mi petición reinaba la paz y así comprendí que Él quería convertirme en Su instrumento, que como con la iglesia de Corinto, Él vio en mí la necedad y debilidad ideales para Su causa (1 Corintios 1: 26-31), que esa absurda necesidad de sabiduría que me sobrecogía y que no parecía venir de ningún sitio “lógico”, venía de Él (cuando leo la historia de Salomón y veo en él a un hombre lleno de errores, me consuelo).
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Con los brazos llenos de estos hallazgos he tocado a la puerta y se me ha abierto: resurgió en mí esa añorada necesidad de escribir, que estuvo dormida por tantos años
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Fue así como comenzó la búsqueda, tanto en Su Palabra como en mí. No fue esta una experiencia ausente de dolor; este negocio de ser honesto consigo mismo y con Dios, duele, confunde y angustia; sobre todo porque la mitad del tiempo no sabía ni siquiera qué estaba buscando, y tampoco me percataba de esos sutiles cambios que ocurrían en mí cuando hallaba. Pero persistiendo logré superar la inercia que se empecinaba en no cambiar, y un tropel de enseñanzas se abalanzó sobre mí, y el proceso de internalizarlas se convirtió en una hermosa aventura.
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Con los brazos llenos de estos hallazgos he tocado a la puerta y se me ha abierto: resurgió en mí esa añorada necesidad de escribir, que estuvo dormida por tantos años; aunque esta vez ya no me sentía como pez en el agua, el proceso de desnudarme en estas páginas ha sido incómodo, me sentía expuesta y, con frecuencia, me descubría buscando palabras para tapar mi vergüenza. Pero consciente de que esta vez yo era tan solo un conductor —no un protagonista—, me dispuse a escuchar, y a pesar de que mi humanidad me impide hacerlo perfectamente, hice un gran esfuerzo por mantenerme al margen y dejar que fuese Él quien hablase, cuidando de detenerme tras cada revelación para buscar Su paz que me permitía discernir entre Su voz y la mía.
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En algunas ocasiones la apertura era tan solo una rendija, a través de la cual Sus palabras se asomaban tímidamente, y había que esperar con paciencia a que quisiesen acercarse; en otras la puerta se abría de par en par y Sus palabras me embestían cual indetenible tsunami que no lograba contener. Mi gran temor, el que la puerta se cerrase, no ha sucedido, por eso sé —y es esta la más maravillosa de las certezas— que seguiré descubriendo y cambiando, que este libro es tan solo una fotografía tomada en el camino, que nos permite captar un hermoso paisaje (que al observarlo nos deja sin aliento) para compartirlo con aquellos con quienes nos cruzamos.
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